Las actividades señaladas intentan motivar una reflexión con el fin de comprender mejor cómo las características indicadas, cuando se expresan con respeto y tolerancia, generan fraternas relaciones al interior de toda comunidad. En tales condiciones, un convincente diálogo interpersonal y una aceptable relación humana se constituyen en el muro de contención que evite las controversias.
La comunicación
Un primer acercamiento acerca de este tema consiste en aportar una explicación sencilla, fácil y comprensible de lo que ello significa.
En esto, el acto comunicativo de toda interacción social siempre responde a la necesidad de establecer una relación dialógica expresada verbal, escrita, gestual o emocionalmente entre las partes interesadas acerca de una temática de mutuo entendimiento. Así, es posible resaltar la idea principal del contenido con el fin de compartir lo que se comunica.
Sin embargo, no debe confundirse con la información, que se relaciona con el acto de dar a conocer algo, lo que, por cierto, no significa que surja la necesidad de iniciar y/o mantener una conversación en los términos ya indicados. Una buena comunicación es la
que se apoya en informaciones imparciales y en una positiva y activa intencionalidad de saber para aprender, por lo que, entonces, ella será fundamental para la paz de una comunidad.
Si bien —y a través de los tiempos de la humanidad— la relación comunicativa, ha permitido representar la expresión natural de los más variados tipos de estilos de relaciones interpersonales, esta ha sido, a su vez, la demostración del sentido gregario que ha caracterizado el espíritu de toda organización humana y de sus formas de manifestar el significado de su existir. Dicha característica no se contradice con el sentido único, singular, específico y original de existencia que cada cual representa en el contexto natural de ser lo que hasta ahora ha sido y su evolución.
Cuando el acto comunicacional no cumple su objetivo en cuanto a las características señaladas, la convivencia se debilita, permitiendo que variados antivalores comiencen a socavar las bases de la estabilidad social. De igual modo ocurre, si la información tampoco cumple con su propósito, sobre todo al afirmar la existencia de hechos no comprobados.
Ante situaciones como las descritas, el rol de las comunicaciones es de fundamental importancia y los errores que se cometen a través de ellas provocan consecuencias difíciles de revertir. En efecto, toda difusión dada a conocer con el fin de persuadir a la comunidad sobre algo que acontece, se transmite con bastante rapidez, pero se internaliza con mucha lentitud. Esta demora, por lo general, no favorece a los valores que estén presentes en lo comunicado, sino a circunstancias de otra índole y a materias cuyos responsables a veces ignoran.
A juzgar por la situación actual, se ha constatado que los medios de comunicación priorizan las informaciones que destacan con mayor énfasis los problemas de injusticias, intolerancia, violencia, corrupción, impunidad, entre muchos otros casos generando en la comunidad tensos ambientes de relaciones. Los hechos no se niegan, pero también debe existir el interés por aminorar tales situaciones, haciendo del acto comunicativo un espacio de explicación y prevención de toda eventual situación que altere la paz y el entendimiento.
Si tales antivalores no se abordan en el marco de normas legales rigurosas, que eviten la confusión entre la aplicación de los procedimientos que correspondan y la supuesta violación de derechos, dicha ocasión se convertirá, por lo tanto, en una de las causas de colapsos sociales posteriores. Desde este punto de vista, evitar los inicios de una decadencia moral, cuya dinámica presencia ya se advierte, es una necesidad urgente de enfrentar y superar. Lo contrario, es constatar que poco a poco se está llegando al límite de conductas que ni siquiera reconocen el orden socio-administrativo ni autoridad alguna.
Pese a las negativas consecuencia que estos hechos implican, no debe olvidarse que la comunicación es un compromiso de todos de tener acceso a las fuentes informativas respectivas. Se espera, en consecuencia y en la perspectiva de obtener un objetivo y adecuado conocimiento, comprender el significado de tales actos cuyas responsabilidades en los daños que provocan, determinan la involución del espíritu democrático y pacífico en el marco de nuestra propia diversidad sociocultural.
Los errores comunicacionales tienen que ver más con la claridad y la objetividad con la se difunden las informaciones, que con las dificultades producidas por efecto de trasmisiones técnicamente no adecuadas. Esto último, al parecer, no reviste gran importancia, pues la tecnología actual ha demostrado su progreso a través de los diferentes campos del conocimiento y cuyo avance hacia el futuro es inevitable.
En esta perspectiva, es recomendable, por lo tanto, informar y motivar con responsabilidad y claridad, es decir, aprender de lo informado para entender la realidad sin una intencionalidad preconcebida. Las versiones de lo sabido no son verdades absolutas, sino que deben evaluarse según el contexto cultural del cual provienen.
Promover la transparencia informativa, respetar a toda persona que piense distinto y colaborar para que el acto comunicacional contribuya a fortalecer la calidad humana y las relaciones interpersonales, es la base de la buena convivencia y la ausencia de riesgos que impliquen controversias y prejuicios.
La convivencia
Al igual que en el caso anterior, la convivencia es también un acto relacional de carácter interpersonal. Ella existe al generarse circunstancias favorables a un ambiente de paz y armonía en los espacios comunes que las personas habitan en períodos de tiempos determinados. Esto pese a las diferencias que caracterizan la diversidad valórica del sentido humano de la vida: etarias, laborales, experiencias, culturas, etc. Se manifiestan, además, como “relaciones que superan los desacuerdos y se construyen sobre la base de la confianza, el respeto y el reconocimiento mutuo”. (…) su visión incluye también “un concepto relacionado con la inclusión y la integración social” .
La razonable coexistencia de la diversidad descrita, a veces es incierta y se demuestra, en la complejidad de sus comunicaciones a través de su propio entorno y voluntades que sean capaces de regular los excesos y comprender las discrepancias ocurridas en el mismo sistema social.
Todo proceso que desarrolle una satisfactoria armonía, es normal que cambie a través del tiempo. Se multiculturaliza y contribuye a un positivo apoyo de renovadas situaciones organizativas.
Si esto no ocurre, surgen otras opciones que no siempre son favorables a los acuerdos aceptados, distorsionándose su estabilidad y, por cierto, el sentido de la convivencia. Cuando ello ocurre, se requiere de un mayor y mejor nivel educativo, de respeto, de tolerancia y de un diseño de estrategia comunicacional que enfatice los valores humanistas en cuanto a comprender que estos constituyen un compromiso sociocultural que vele por el bien superior de la comunidad. De este modo, las personas involucradas, pueden comprender mejor la posibilidad de que su versión acerca de los hechos que se discuten sea, quizás, solo parcial y que otros pueden aportar argumentos más convincentes, verificables y motivantes para reflexionar acerca del grado de validez de los propios.
Cuando en la búsqueda de respuestas, los responsables del proceso —tanto en sus aspectos específicos y técnicos como en los compromisos políticos y globales que todo esto implica— no cumplen con impulsar los cambios ofrecidos, surge, por consiguiente, una imagen pública de descontentos generalizados.
Las molestias que esto causa, no se identifican con una clara tendencia de definiciones ideológicas, pero sí respecto de sus demandas que, a través de décadas, se relacionan con las insatisfacciones de necesidades básicas en salud, educación, seguridad, trabajo etc.
Otro sector, que es esencialmente político y determina el destino del país, se identifica con quienes desempeñan sus tareas a través de los diferentes niveles y compromisos adscritos a los poderes del Estado. Conocen bien las causas y consecuencias de las reacciones sociales y hacen de las controversias ideológicas la permanente justificación que tienen de una responsabilidad pública insatisfactoriamente cumplida como representantes políticos de la comunidad que los eligió.
Tales circunstancias se manifiestan, en las obsesivas demostraciones que muchos expresan por alcanzar el poder y mantener un centralismo agobiante que impide al resto de la población y sus respectivos sectores, contar con las facultades necesarias para impulsar proyectos de soluciones a un proceso de desarrollo que muestra sus facetas de injusticias, corrupciones, violencia, etc. En esto, los recursos comunicacionales utilizados en publicidad, propaganda en prensa, radio, TV y redes sociales y otros medios, se orientan en mantener rivalidades que pueden ser interesantes según los problemas que traten, pero dejan en un segundo plano, lo verdaderamente importante: las propuestas de desarrollo nacional, el significado que ello tiene y cómo podrían lograrse, entre muchas otras actividades.
Cuando la comunicación, en todos sus aspectos, tiende a exacerbar una cotidianeidad hasta ahora bastante desfavorable al bien social por las secuelas que deja el protagonismo de antivalores que de manera permanente se les destaca —incluyendo la intencionalidad política que ello representa— no es difícil pensar, por tanto, que eso pone en alerta a todo el sistema nacional de organización.
Esta realidad no es más que el surgimiento de un nivel de riesgo social entendido como el entorno sociocultural advertido y vivido, pero difícil de controlar a través de las estructuras políticas actuales.
De lo señalado, es obvio, que la convivencia social no es una situación de relaciones pacíficas, permanentes y reconocidas como tal sino, un intento de conformar un contexto de vida deseable de lograr. Sin embargo, cuando las bases socioculturales que la sostienen han sido debilitadas profundizando las contradicciones existentes, entonces no es difícil suponer el inicio de una crisis cuyo desenlace es incierto.
Una razonable existencia de convivencia social, debe considerársela a partir de afectos, respeto y tolerancia. De una visión caracterizada por complejas relaciones interpersonales, puede lograrse soluciones compartidas de acuerdo a las necesidades requeridas por el bien social.
De este modo, comunicación y convivencia, debieran constituir un punto inicial de encuentros de aprendizajes, orientadores de conductas personales conscientes de sus respectivas acciones y de comportamientos sociales en cuanto a las respuestas que en el tiempo futuro ofrece cada cual en su amplia gama de relaciones.
No basta con saber qué nos depara el futuro y algunos de los desafíos que enfrentaremos todos los días. Estos cambios son tan rápidos y abrumadores que, cuando se manifiestan, inevitablemente afectan la forma en que vivimos. En este sentido, ¿es la comunicación actual un acto de tecnología que contribuye a un mayor énfasis en las relaciones humanas y la vida, en lugar de la nueva realidad de injusticia, impunidad, violencia y muchas otras circunstancias negativas que poco a poco han invadido el deseable bienestar que la sociedad espera?
Autor Artículo
Rubén Farías Chacón
Profesor de Estado en Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Valparaíso; Licenciado en Filosofía y Educación, UCV. Doctor en Geografía Aplicada por la Universidad de Alta Bretaña, Rennes-Francia. Miembro del equipo editorial de Iniciativa Laicista.