
Por SYLVIE R. MOULIN
Editorial
Vivimos en un mundo que atraviesa una crisis de valores, donde los principios éticos y morales se encuentran, a menudo, cuestionados o completamente ignorados. Esto no favorece la percepción del trabajo y deja lugar a dudas sobre su futuro. Es verdad que el trabajo, aunque exista una tendencia a asociarlo con un lugar que nos trae múltiples situaciones satisfactorias y gratificantes, es percibido en general como un lugar de frustración y sanción: vamos a trabajar soñando con los fines de semana y las vacaciones con que la empresa acepta retribuirnos, sin olvidar el sueldo mensual que raramente nos deja conformes.
Recordemos que “trabajo” viene del bajo latín tripalium, instrumento de tortura de tres palos utilizado en la Roma Antigua. En cuanto a su equivalente “labor”, es similar al latín labor, que se refiere a una faena que requiere el esfuerzo físico en condiciones exigentes. En cuanto a la expresión “pega”, que los chilenos usan a menudo para remplazar “trabajo”, apareció en referencia a la construcción del puente de Cal y Canto, que sin lugar a duda debía exigir muchos esfuerzos físicos. Se podría mencionar también que el término francés “sala de trabajo” (salle de travail) designa en un hospital el espacio donde las mujeres dan a luz a sus bebés… Y finalmente no puedo evitar de mencionar de nuevo al filósofo André Comte-Sponville quien, en una conferencia realizada el 21 de enero de 2106 en los Hospitales Universitarios de Ginebra sobre “la Felicidad en el Trabajo”, recordaba de manera sarcástica pero indiscutible que en la Biblia aparecía esta frase – que todos conocemos-: “Ganarás tu pan con el sudor de tu frente”.
Trabajo fuente de pena, esfuerzo y frustración, queda claro. Sin embargo, también se toma como un elemento de identidad y una representación del desarrollo de uno en su contexto humano: determina el nivel en la escala social, ya que refleja su grado de formación e implica su categoría económica. Por lo tanto, es lógico que lo conectemos con la inestabilidad de valores actual, que se refiere a la pérdida de referentes éticos en muchas instituciones donde el lucro pasa antes del bien común.
Cuando uno se interroga sobre el futuro del trabajo, esa inseguridad es muy preocupante, ya que además los progresos gigantescos de la tecnología y la IA están suprimiendo puestos y exigiendo conocimientos y experiencia no accesibles a todos. Se trata de reconstruir un sistema de principios permitiendo una vuelta a valores tales como la dignidad y la justicia. El desafío consiste entonces en aprovechar las posibilidades de la tecnología reconstruyendo al mismo tiempo un marco ético amenazado y un contexto laboral más justo y sostenible.
Esa preocupación no es nueva e incluso se convirtió en un tema de inspiración literaria a fines del siglo XIX, siempre estrechamente conectado con el de la obsesión por el dinero. Empezó a imponerse en la época de la industrialización, por ejemplo, en las novelas de Emile Zola, con Germinal (1885), centrada en el mundo obrero, la justicia social y la dignidad humana, o su último libro titulado Trabajo (1901), enfocado en la distribución de las riquezas y los progresos técnicos. Luego, cada periodo de crisis fomentó la producción de obras similares, pienso por ejemplo en Las uvas de la ira de John Steinbeck (1939), historia de una familia constreñida por la sequía a abandonar la tierra de Oklahoma “llena de cicatrices” y migrar hacia California.
En este momento, podemos observar claramente una debilitación general de los valores compartidos que se repercuta en el mundo del trabajo y conduce a una pérdida de sentido alienante. El contexto laboral se está modificando a una velocidad gigantesca con la digitalización, la automatización y el teletrabajo. Lo presenciamos con la experiencia de la pandemia cuando las personas, después de experimentar dificultades para adaptarse al trabajo online, se acostumbraron a organizar su día laboral en su casa. De hecho, muchos decidieron no retomar el trabajo en la oficina donde solían ir cada mañana, o retomarlo parcialmente, y así evitar otros gastos sin tener la necesidad de desplazarse. Pero a pesar de dar más autonomía a los trabajadores, esa evolución trae riesgos de desigualdad e incluso de exclusión de unos grupos, si no va acompañada de programas para incluir a todos con las mismas oportunidades.
En un mundo en crisis valórica, el contexto laboral es uno de los más afectados: el poder y la riqueza se concentran en las manos de una minoría, el trabajo pierde todo propósito humano reduciéndose a traer ingresos, la eficiencia y el lucro se priorizan en detrimento del bienestar de las personas, haciendo también perder la conciencia de lo bueno y lo justo, a falta de referentes éticos. En resumen, se pierde el valor de las personas a favor de la productividad, tema muy preocupante en Chile que pertenece a los países más desiguales de la OCDE, con salarios bajos para la mayoría de la población mientras que las riquezas están controladas por una minoría ínfima.
Como consecuencia, en las últimas décadas, la dimensión ética del trabajo se ha convertido en una preocupación central, especialmente con el Programa de Trabajo Decente establecido por la OIT en 2015, que se centra en el empleo productivo, la seguridad, el ingreso y el salario justos, la participación y la libertad de expresarse y organizarse, entre otras cosas (https://www.ilo.org/es/temas/trabajo-decente). Esto permitiría, por una parte, pasar del privilegio y la ganancia individuales al beneficio común, y por otra parte, evitar las discriminaciones en el contexto laboral.
Incumbe retomar en nuestras manos este momento de transición sin tirar la toalla, luchando por condiciones laborales más equitativas, creando nuevos empleos adaptados a la realidad actual y, sobre todo, educando y capacitando a las personas para que se puedan reconvertir dentro de un mundo invadido por la automatización. También es crucial reconsiderar el sentido del trabajo y revalorizar la dimensión ética de lo que hacemos a diario para no caer en el “Métro-boulot-dodo” (Metro-pega-dodo), expresión difundida por el poeta Pierre Béarn en 1968 en uno de los periodos de conflictos sociales más violentos del mundo postguerra, cuando el país estaba completamente paralizado por huelgas y protestas, justamente para expresar que las personas habían reducido su existencia a las exigencias laborales.
Lamentarse sobre una situación existente siempre es la actitud más fácil, lo importante es moverse. Sabemos que el mundo se encuentra en una crisis valórica seria y eso nos preocupa, sobre todo para nuestros hijos y nietos, pero cambiar esta realidad está en nuestras manos. Nunca se puede volver atrás. Por lo tanto, es necesario reconstruir de a poco esos valores para orientar el trabajo por venir, incluir la tecnología en el mundo laboral dándole una significación, de manera que el trabajo no se limite a un instrumento de producción, sino que se incluya en el desarrollo humano.
Temas para meditar, sin lugar a dudas. Meditar, como siglos atrás lo hizo Jean de La Fontaine en varias moralejas de sus fábulas que nos ponen en guardia: El granjero y sus hijos, en la cual recuerda que “El padre tuvo la sabiduría de mostrar [a sus hijos] antes de su muerte que el trabajo es un tesoro”, Los animales enfermos de peste, advirtiéndonos que “Según que seas potente o miserable, los juicios de la Corte te harán justo o culpable”, El zapatero y el financiero, que demuestra que ganancia inútil y avaricia producen más angustia que felicidad, y El cuervo y el zorro, donde “Todo adulador vive a expensas de quien lo escucha”. Pero siempre vuelve a mi memoria la advertencia de El Lobo y el cordero, avisándonos que “La razón del más fuerte siempre es la mejor”.
*Profesora, traductora y escritora. Doctorado en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos, Master en Civilización Latinoamericana y Master en Literatura Comparada, Universidad de Paris IV-Sorbonne. Docente por 12 años en Estados Unidos. Autora de varios libros de crónicas y cuentos.
“El padre tuvo la sabiduría de mostrar [a sus hijos] antes de su muerte que el trabajo es un tesoro”