El planeta enmascarado

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CastellsPor Manuel Castells

El virus continúa contagiando, enfermando, matando y paralizando la vida en todos los países, con intensidades diversas, pero en ascenso. Tras doblegar la pandemia al final del estado de alarma empezaron los rebrotes, que se convirtieron en segunda ola en España, en Europa y en el mundo. Se pensaba que llegaría en otoño y se anticipó. Aunque esta nueva fase de la pandemia no es lo mismo que lo que ocurrió en marzo. Porque, centrándonos en nuestro país, la edad media de los contagiados entonces era de 62 años y en agosto, de 35. Es decir, son los grupos de edad más jóvenes los que ahora están siendo infectados y, como no son sintomáticos en su mayoría, la propagación del virus es más insidiosa.

 

Al mismo tiempo, los efectos del virus en los jóvenes son generalmente mucho más leves que en los mayores, aunque también hay graves y fallecidos entre ellos, por lo que la intensidad de hospitalización es menor y el sistema sanitario, levemente reforzado en estos meses, tiene más capacidad de resistencia. Aunque será lo que dure la resistencia de los sanitarios, que ya no pueden más y necesitan urgentemente refuerzo de plantillas y equipamiento. La relajación entre las personas también se ha producido en algunas administraciones competentes.

Es como si estuviéramos esperando la vacuna para que todo pase. Y algunas están llegando: la rusa, la china, la de Estados Unidos (de la empresa Moderna), de Europa (de la Universidad de Oxford y Astra/Zeneca). En unos meses, empezará la campaña de vacunación en distintos países. ¿Todo resuelto? Ni mucho menos. Por un lado, hay una gran inseguridad todavía sobre la efectividad de la vacuna. Hasta tal punto que la vacuna rusa se va a empezar a probar con voluntarios ¡en México!, según proyectan las autoridades rusas. La vacuna china se ha publicado en revistas científicas. Y Oxford está calibrando la calidad de las pruebas que se están realizando.

Pero no es seguro que los ciudadanos acepten vacunarse fácilmente. Una reciente encuesta en Italia muestra que el 43% de la población no está dispuesta a hacerlo. En parte porque todos esperan a que el otro se vacune a ver qué pasa. Y también por la influencia creciente de los negacionistas, que siguen alimentando las redes de teorías conspirativas contra la ciencia y la democracia. Pero resulta que una vacuna no es eficaz si no cubre al conjunto de la población que potencialmente puede contagiarse. Esa fue la razón de la obligatoriedad de vacunar a los niños contra las enfermedades (como la viruela o la polio) que diezmaban a la población, gracias a lo cual dichas enfermedades han sido casi erradicadas en el mundo.

Por tanto habrá que imponer la vacunación, con los consiguientes problemas de orden público y las posibles cortapisas judiciales. Y decidir por dónde se empieza. ¿Los sanitarios primero para que cuiden de los otros? ¿Los más vulnerables, incluyendo los mayores? ¿Y si las primeras vacunas tienen efectos no previstos? Cuanto más vulnerables las personas, más podrían enfermar gravemente por la vacuna. Por eso algunos expertos aconsejan empezar por los más jóvenes, con mayor resistencia y que, así inmunizados, dejaran de infectar a los mayores como ahora están haciendo por falta de precauciones no sentidas como necesarias porque no son sintomáticos.

La OMS estima que se tardará aún dos años en superar esta pandemia. Y mientras ese proceso de vacuna y tratamiento va desarrollándose entre confusión y conflicto, habrá que seguir con las medidas preventivas ya conocidas pero no siempre respetadas. La mascarilla pasa a ser un complemento cotidiano de nuestro atuendo e incluso ya empieza a haber modas, modelitos y fantasía en torno a su diseño.

Nos vamos habituando a una imagen que antes nos chocaba cuando veíamos imágenes de China o Corea, donde ya llevan años utilizándola masivamente para prevenirse del envenenamiento del aire que hemos ocasionado por doquier. Un signo de que la destrucción de nuestra supervivencia no se debe solo a esta pandemia, sino a otras posibles y al deterioro de la habitabilidad del planeta por el modo de producción y el estilo de vida que hemos adoptado. Cada vez más andaremos por lo que fue nuestro hogar con escafandras de distintos tipos y en habitáculos artificiales donde podamos respirar. Pues no, dicen muchos. No nos enmascararemos, sino que desenmascararemos a los políticos y capitalistas que han encontrado la forma de subyugarnos. Hay que volver al abrazo, a las fiestas, a las discotecas y al fumar y beber donde y cuando queramos. Y si nos enfermamos, pues que así sea, porque lo otro no es vida. De todas maneras, andamos prensados en el transporte público y la mayoría trabaja en entornos en que la distancia física no es posible. Y es que entre las razonables disposiciones de los expertos y la práctica social hay tantas áreas de incertidumbre que hay que rectificar constantemente las medidas preventivas, lo cual crea más incertidumbre y suscita una confusión creciente.

Hará falta paciencia histórica y personal para salir de esta y llegar al final del túnel. Pero, ¿llegar adónde? ¿Qué hay al otro lado de una economía colapsada y una cotidia­nidad perturbada? ¿Qué es esa nueva normalidad que no será normal? Tal vez tengamos que ir pensando y preparando esa reconstrucción de la vida mientras tratamos de sobrevivir al amparo de nuestra tenue mascarilla.

Publicado en LA VANGUARDIA     5 de septiembre de 2020

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