El Thoreau de Michel Onfray o la lucha contra el nihilismo filosófico

Heber Leal

Thoreau, el salvaje es un título provocativo que nos sumerge de lleno en el pensamiento del irreverente filósofo francés Michel Onfray. En este breve volumen, Onfray nos lleva por un recorrido revelador y audaz, que nos invita a repensar al humano singular como un ejemplo filosófico en un mundo que se ahoga en la productividad y la eficiencia.

En un contexto donde las inteligencias artificiales amenazan con reemplazar a los seres humanos, y donde la cultura occidental cristiana ha impregnado nuestro modelo educativo, es urgente reflexionar sobre el concepto de lo salvaje. ¿Acaso un ejemplo filosófico se distancia de este paradigma impuesto? Estas cuestiones, planteadas por Onfray, nos incitan a sumergirnos en su maravilloso texto y descubrir cómo concibe el papel del filósofo como ejemplo para la humanidad.

En el capítulo inicial, «¿Qué es un gran hombre?», Onfray nos confronta con la debilitada producción de figuras notables en la sociedad contemporánea. En tiempos pasados, surgían hombres eminentes que encarnaban el genio, el héroe, el artista, el santo, el sabio, el profeta e incluso el semidiós. Sin embargo, en la era democrática actual, la igualdad se ha confundido con el igualitarismo y se promueve un desprecio hacia todo aquello que sea grande. Onfray nos desafía sin rodeos con un tono a todas luces nietzscheano: «Pero esta patología jamás podrá conseguir que lo que es pequeño sea otra cosa que pequeño, ni de otra forma que con mezquindad».

Entre las ideas que Onfray nos presenta de manera indirecta, destaca la importancia de los libros de edificación espiritual. Llama así a aquellos que visibilizan las vidas singulares y destacadas de personas pasadas o presentes. Para el autor, la valoración de estos textos ha disminuido desde la Revolución Francesa, algo que hoy en día parece obvio. Además, aborda la noción de «gran hombre», heredada de Nietzsche, refiriéndose a seres singulares que han cambiado el curso de la historia en alguna medida. Sin embargo, señala que estos grandes hombres a menudo acaban compartiendo el destino de los pequeños, incluso de los insignificantes.

En este siglo de las masas, el siglo XIX, Onfray identifica a tres grandes hombres que cumplieron con ese deslindante: Carlyle, Burckhardt y Nietzsche. Por otro lado, el autor también critica la tendencia de la filosofía europea a centrarse en la razón, el Logos y el Concepto, olvidando la conexión con lo salvaje y lo natural.

Onfray introduce el término «patógrafo» para referirse a pensadores que crean desenfrenadamente nuevos conceptos, como Deleuze, y los califica como creadores de «grimorios conceptuales» y «monstruos ilegibles». También señala a Heidegger, a quien acusa de ahogar las cosas en la niebla de su saber fenomenológico hasta hacerlas desaparecer por completo.

Onfray también elogia de manera enfática a Emerson y su obra «La conducta de la vida», así como a Thoreau y su icónico «Walden». Antes de volcar su atención hacia los filósofos estadounidenses, critica a la filosofía europea por dar la espalda a lo que él llama la «pérfida Albión de la filosofía». Bacon, Berkeley, Locke, Hume, Hutcheson, Thomas Reid y Dugald Stewart son algunos de los nombres que menciona, cuestionando la hegemonía del idealismo alemán y la fenomenología germánica, así como el materialismo dialéctico teutón y el psicoanálisis vienés. Según Onfray, el resultado de esta situación es «el más completo nihilismo».

Con estas palabras, Onfray despierta la curiosidad del amante de la filosofía, quien se encuentra inmerso en un panorama filosófico europeo que ha dejado de lado a figuras clave y propias de pensamiento provenientes de la tradición filosófica anglosajona. Esta crítica despierta una serie de interrogantes sobre las razones detrás de este fenómeno y su posible influencia en la configuración de un mundo en el que el nihilismo parece estar tomando cada vez más protagonismo.

Al final del texto rescata la figura inconoclasta y salvaje de Thoreau, en el sentido de que su revolución política es “ecologista, individualista, espiritual, filosófica, rebelde y pacífica” conectada con el alma de la naturaleza (oversoul). Pero ¿cuándo este filósofo es salvaje y no eurotípico? Cuando “se presenta allí no como un producto de la sociedad, sino como un fragmento de la naturaleza”. De esta manera, Onfray nos presenta con energía a este filósofo que más allá de estar dentro de un aula como oficinista o guarecido en una polvorienta biblioteca, trepa “a la cima de los árboles” y “fustiga las divinidades modernas”.

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