Queridos lectores, se han preguntado alguna vez: ¿quién escribió la primera novela?
Si es así, usted es digno de todo mi respeto; primero que todo por hacerse una pregunta, y segundo, por interesarse en este inabarcable género literario que tanto deleite entrega –en términos actuales– a sus seguidores.
Cuando se piensa en novela, por antonomasia se piensa en occidente ¡como que es natural! ya que herederos de la antigua Grecia –que nos sentimos– es causa de Aristóteles la primera división de géneros literarios en su obra, La Poética. Sin embargo, como subgénero, “la novela” –para la academia en general– surge en el siglo XVII con Miguel de Cervantes y su inigualable Don Quijote de la Mancha publicado en 1605.
Qué tal si les comento que en realidad existe, otra versión de la historia, que no debe extrañarnos, ya que llevamos desde mediados del siglo XIX aventurándonos – sea por el motivo que sea– en lo que otrora, fuera menester solo de mercaderes y hegemonías imperiales es esa “Otredad más otra” parafraseando al filósofo y sinólogo francés François Jullian. Sin más prolegómeno, me refiero a uno de los emblemas clásicos del antiguo Japón –por no decir el más emblemático– y este es El Genji Monogatari de la escritora Murasaki Shikibu.
Para comenzar, es de total necesidad, ubicarnos en el contexto social y período histórico en el que fue escrito. En caso de no contar con dicha información previa, no conlleva gran desventaja, ya que, al ser una novela tan bien escrita, no causaría ningún inconveniente al lector en cuando al disfrute literario entendiéndose inmediatamente que se trata de un relato de corte y ambiente noble. Una saga familiar en donde tenemos aventuras amorosas, decepciones, nacimientos, muertes, delirio, relaciones de profunda amistad, lealtad, envidia etc., todo lo que le acontece a un ser humano en menor o mayor medida a lo largo de su historia. Algo así como un Juego de Tronos en donde el poder y la supervivencia están en valor constantemente. Sin embargo, si somos un friki de la historia – con lo que me identifico a mucha honra– el poder ubicarnos bajo ese contexto histórico-cultural, la lectura se hace “toda una aventura”. Las palabras se van mezclando con los escenarios, los colores, los olores y sabores de la época, convirtiéndose en un festín sinestésico, en donde las imágenes se convierten casi en texturas palpables con ayuda de nuestra imaginación.
¿Y toda esta poética es necesaria para comentar una novela? La respuesta es un rotundo Sí. La Metáfora es un constante en esta obra, en cuanto a los aspectos formales, la edición revisada es la que corresponde a la 1° edición en Editorial Austral de 2010, cuya traducción no es directa del japonés, sino que se ha construido a partir de cinco versiones distintas, todas ellas realizadas de la obra directa, y cuyo prologo corresponde al mismísimo Harold Bloom y los comentarios y notas son del destacadísimo académico Xavier Roca Ferrer, quien a través de Lafcadio Hear, uno de los grandes referentes de la cultura japonesa en occidente, comenta que
“[…] la super estructura mental de los japoneses evoluciona hacia formas que no tienen nada en común con el desarrollo psicológico del hombre occidental. Los japoneses piensan hacia atrás, o al revés de los occidentales, y ellos determinan la estructura se su lenguaje”. ¡qué difícil lo tienen los traductores! Sin embargo, gracias a ellos, podemos disfrutar de esta y de tantas otras obras n arrojadas por el ingenio de los que nos precedieron. (Austral, 2010, pag. 71).
La obra, se desenvuelve en el periodo Heian (794-1185) del Japón clásico a mitad del siglo X y el primer cuarto del siglo XI. En aquellos años, Asia (China y Japón) se definían como civilizaciones dignas de tal nombre, pero siendo justos, la visión sesgada aquí es importantísima, ya que el refinamiento estético, la buena alimentación y demás disposición de recursos, solo era privilegio de la familia del emperador, nobles y cortesanos. Es en ese entonces, que Japón sentaba sus propias bases culturales, cortando el cordón umbilical con China cuya dinastía Tang –de la cual la corte japonesa hacía mimesis– caía poco a poco, dando como resultado, todo lo que conocemos de la tradición japonesa hasta hoy: cultura tradicional y las artes vienen de ese período. No podemos ignorar la tremenda influencia que también ejerce el budismo que, siendo acogido por los nobles, permea al pueblo produciéndose una comunión con su credo nativo al que después llamaron Shintó, para poder distinguirlo del budismo.
Después de esta mezquina descripción tempo/cultural, seguiremos con el relato. En El Genji Monogatari, tenemos a Genji (que significa primer príncipe o príncipe heredero) como personaje principal e hilo conductor de toda la obra. Cuando su autora, que pasa a la historia como Murasaki Shikibu, perteneciente al clan Fujiwara (familia que ostenta el poder civil y administrativo a partir del siglo X), una mujer de la nobleza que compartía la misma afición que otras mujeres de su estatus: poesía, música y las demás artes como materia obligatoria para toda aquella que presumiese de nobleza. Cualquier actividad física que significara moverse, les estaba prohibida, por los que Murasaki y sus contemporáneas, pasaban sus días envueltas en sus sucesivas capas de seda y sumidas en la lectura de los clásicos chinos y en la caligrafía. La sensibilidad desarrollada fue tan elevada, que la poesía más que arte, se convertía en su lenguaje cotidiano, siendo ésta, la forma con la que su protagonista se relaciona con todas las depositarias de su afecto ya sea en poesía china, o en tanka (tipo de poesía original japonesa recopilada en el Kokinshu y el Gosenshu, ambas antologías poéticas realizadas en esa época) o en verso espontáneo haciendo referencia a algún clásico.
Durante toda la trama, “el príncipe resplandeciente” que a pesar de todo su estatus político-social y de poseer “una belleza inigualable”, busca incesantemente “ese algo” que lo complete como ser humano, algo así como un instrumento mágico que armonice su corazón ya sea en vida, o a través de las generaciones que le suceden. Un relato que en la superficie se viste de frivolidad y caprichos nobiliarios, pero que mientras transcurren sus casi 1700 páginas, el lector va agudizando los sentidos, logrando vislumbrar la sutileza de la vida como en la trama de un hermoso kimono, cuya urdimbre es la naturaleza en cada una de sus estaciones, y el bordado hecho con hilos de oro y plata, son las alegrías y las tristezas de todos los seres.
Más detalles de esta obra, sus personajes principales, trama, críticas etc., usted, lector, podrá encontrar en diversos formatos, tanto escritos como audiovisuales, pero como es de Perogrullo, siempre mi recomendación será El Libro, que, en este caso, se compone de dos tomos: (I) el Resplandor y (II) Catástrofe. Existen algunas versiones ilustradas para nuestro mayor deleite, pero el solo hecho de pasar la vista por las palabras, estas se convierten en imágenes y estas en memoria, en recuerdos de una historia escrita hace más de 1000 años, una realidad que ya no es nuestra, pero que sin duda transporta –como lo hacen los libros– a ese viaje interno para hacernos cada día, un poco mejor y cada vez, un poco más humanos.

Autora Artículo
Blanca Carrasco Valencia.
Diplomada en Historia del Arte UAI
Actualmente cursando Pensamiento y culturas asiáticas de la PUC.
Creadora de Kimono Garden SpA y miembro de Letras Laicas.