Redacción Iniciativa Laicista
La reciente renuncia del presidente del directorio de TVN, Francisco Orrego, si bien no develó la situación (hace más o menos cinco años que se conocen los problemas en el canal), la dimensión y alcances de fondo respecto a la crisis de la señal estatal ha quedado manifiesta.
Es un problema cuyas causas de fondo corren por tres carriles: el primero, las condiciones de trabajo para la Alta Gerencia; el segundo, cómo se gestionan las empresas públicas, y el tercero es el qué tipo de televisión queremos, esto es, lo relativo a los contenidos a exhibir. Todas estas “causas” tienen un factor común que las atraviesa y hace que la idea de televisión pública sea una verdadera bomba de tiempo en Chile.
Esa raíz es la política. Sí, la política, pero con minúscula.
Francisco Orrego fue criticado por la manera intempestiva en que renunció a la presidencia del canal estatal, tras siete meses de gestión. En la carta que envió, y que fue publicada por los medios, Orrego plantea que, de no abandonar los cargos aquellas personas que precipitaron la actual crisis de la señal, difícilmente las cosas se podrán revertir.
Por todos es sabido que la planta alta del canal gana millonarios sueldos. Son personas que están en el cargo como resultado de negociaciones políticas, de acuerdo a los equilibrios que hay que mantener, a fin de conservar la naturaleza plural que debe tener un medio del Estado. Si bien el actual director ejecutivo de TVN es ampliamente conocido y reconocido por su experiencia al mando operativo de varios medios, especialmente televisión, hay que considerar que por la naturaleza de su trabajo, los contactos, presiones, lealtades y convicciones, juegan un papel preponderante en su diario vivir. Naturalmente, este hecho determina el camino en una gestión.
Esto es el primer golpe al objetivo de mantener una televisión pública gratuita y de calidad.
Del mismo modo, para bien o para mal, TVN es una empresa y, como tal, tiene que gestionarse (Si bien es una empresa del estado, tiene el carácter de autónoma). Gran parte del problema estriba ahí, en que los cuoteos, las presiones resultantes de los intereses particulares y/o colectivos se atraviesan, muchas veces dejando de lado el tema comercial y económico. De hecho, la inyección de recursos que el canal recibió por US$22 millones, fue de alguna, manera para salvar el descalabro económico que existe, en parte, por ello. Asimismo, la generación de contenidos que sólo alimentan el rating, sin importar su calidad, le ha provocado un perjuicio de años a TVN.
Luego del retorno a la Democracia en nuestro país, se garantizó la autonomía del canal por medio del mercado. En palabras de Jorge Navarrete, primer director de la señal pública en el año 90, “No pusimos el autofianciamiento porque fuéramos fanáticos del mercado, sino por una razón muy simple: todos los sistemas que existían posibles de televisión en Chile, terminaban con un problema de independencia”.
Hasta cierto punto se entiende la lógica, pero el contexto ya no es el mismo. El modelo se agotó.
La pregunta relativa a los contenidos es, si se quiere, la variable de mayor peso. Aquí es donde hay que llegar al justo medio entre aquello que es de interés público (lo político, concepto muy distorsionado en el caso de TVN, y lo relativo a la existencia del mismo, en tanto empresa cuya función es entregar productos mediales de alto nivel y generar recursos para mantenerse, cumpliendo así con la misión que la Constitución le impone.
¿Cómo se hace en otros países? Hay muchos modelos de gestión, siendo el más destacado o reconocido el de la televisión pública inglesa, la BBC. Con contenidos de gran calidad, que van desde programas de noticias hasta series de ficción, pasando por documentales y emisiones educativas dinámicas y entretenidas, la BBC se financia con el impuesto a televisores de los ingleses. Aquí no se dan tandas comerciales, garantía más que clara de independencia editorial que no hace depender al medio del rating o la publicidad.
Es tremendamente relevante para un país contar con medios de comunicación. Más aún: es tremendamente importante que esos medios garanticen la producción de información y contenidos de calidad, gestionado por profesionales y técnicos competentes, prescindentes del aspecto político. No planteo aquí que no deban tener convicciones e ideas políticas, sino que éstas deben pasar a segundo plano y poner por delante el interés de todos quienes estamos interesados en consumir televisión de calidad, acorde a los tiempos, entretenida y educativa.
Del mismo modo, formas de gestionar la autofinanciación de una maquinaria titánica como es la televisión existen. Hay claros ejemplos de ello y no tienen porqué significar gastos extra, recortes por un lado para inyectarlos en otro. Sólo se necesita voluntad, sentido común y mirada país.