Cuando pienso en distopia, la primera imagen que aparece en mi memoria es la novela de George Orwell “1984”. Para quienes no la han leído, solo comentarles que la frase cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia no es caer en exageraciones, y como verán a lo largo de este escrito, la dialéctica eterna de quien fue primero “el huevo o la gallina” es leitmotiv.
“1984” publicada en 1949, está catalogada como el germen de la distopia, es decir, la primera. Sin embargo, Orwell en 1946 escribe un admirado prólogo a la obra del ruso Yevgueni Zamiatin titulada “Nosotros”, obra traducida por primera vez al inglés en Estados Unidos y publicada en 1924. Pero no fue sino hasta 1929 cuando, traducida al francés, logra cierta fama entre el público, y de la cual Aldoux Huxley seguramente también se inspira para escribir su “Mundo Feliz” en 1932. Zamiatin (1884-1937) en su juventud fue un ferviente antizarista y revolucionario que, durante su exilio en Inglaterra vive en carne propia el terrorífico taylorismométodo de organización industrial donde se explota al obrero al máximo de su tiempo y especialización dentro de la cadena productiva. En eso estaba cuando en 1917 estalla la revolución y al igual que muchos otros intelectuales y artistas, regresó a Rusia, la madre patria. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que los bolcheviques, lejos de construir un mundo feliz para el proletariado, realmente estaban creando un infierno burocrático y opresor. A gran resumen, la obra de Zamiatin representa una sociedad del siglo XXVI cuyo gobierno llega a la conclusión de que no se puede ser feliz y libre al mismo tiempo, por lo tanto, para que todo el mundo sea feliz ha decidido, suprimir la libertad. No fue sino hasta 1988 que esta obra pudo ser publicada en Rusia debido a la fuerte censura con la que fue condenada.
Tenemos entonces, que “1984” es quizás la obra que da “salida” al subgénero distopia. Según definición, distopia es “una representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. ¿Y qué es alienación humana? Se define como un “proceso mediante el cual el individuo o un colectivo se convierte en alguien ajeno de sí mismo, que no se reconoce y que ha perdido el control siendo despojado de voluntad y pensamiento.
En contraposición de esta definición, tenemos la Utopía un ideal en donde la sociedad es feliz e igualitaria y en donde es imprescindible “un contrato”, un acuerdo entre los que dirigen y entre los que son dirigidos. Cada uno acepta sus obligaciones para con la sociedad. Una maquinaria perfecta en donde pensamiento y acciones están predeterminadas para asegurar el reparto equitativo de bienes ya sean materiales o inmateriales. Como ejemplo de ello tenemos “La República” de Platón quien imagina una Polis ideal para los hombres en la tierra, justa, verdadera y en donde la educación es la base para poder pactar “ese contrato”. Otro ejemplo es “Ciudad de Dios” de San Agustín, un paraíso celestial cristiano en contraposición con el “horror” del mundo pagano.
Con lo anterior, en algunos lectores puede que surja la disyuntiva: ¿qué leo? ¿una utopía o una distopia? Mi respuesta sin dudarlo es: ambas. Lo interesante en ello, es encontrar el hilo conductor, la idea base, el mecanismo con el que opera esa idea para alcanzar su objetivo, y más interesante aún es el “cómo”, que en definitiva es la transformación de esa idea en una ideología.
Gran parte del trabajo de la filósofa Hannah Arendt fue relacionar los desastrosos momentos históricos provocados por los estados nacionalsocialistas y por el bolchequivismo. Estos estados ejercen el poder utilizando el totalitarismo como fenómeno político controlador del individuo y de la sociedad, el antisemitismo como excusa para inventar un enemigo común, y el imperialismo como expresión de dominio político y económico auto adjudicándose total supremacía civilizatoria justificando de esa manera, la explotación de “razas inferiores” para así poder despojar a las personas de sus derechos civiles, de su libertad e impidiendo en definitiva, su total participación en la ciudadanía. De sus libros “Los orígenes del totalitarismo” de 1951, “La condición Humana” de 1958 y su posterior “Caso de Eichman en Jerusalén” de 1963, se desprenden algunos términos como el de Banalidad del mal, en el que advierte que una persona bajo un régimen totalitario ya sea víctima o victimario, actúa a través del MIEDO. Sin libertad y nula responsabilidad individual, una persona es capaz de llegar a un total desentendimiento de sí misma, a actuar de forma enajenada cometiendo atrocidades inimaginables.
Arendt de alguna u otra manera traduce en términos filosóficos lo que advierte Orwell y otros escritores, poniendo patas arriba a la academia y a las relaciones internacionales de los países involucrados. Sin duda, una mujer valiente y sin miedo. Pudo hacerlo, habían pasado las guerras y su vida ya no corría peligro.
Si de mujeres y miedo se trata, imaginemos viajar a finales del siglo XV, en donde un par de monjes dominicanos recopilan (y por qué no también inventan) todo el material existente en cuanto a técnicas de interrogatorio, es decir de tortura, para que las (en su mayoría) mujeres confesaran de su brujería. Como resultado de ello nace el “Malleus Maleficarum” también llamado “El Martillo de las Brujas” con el cual, el papa Inocencio VIII ve su sueño hecho realidad. Su Bula papal de 1484 confirma que la Iglesia Católica cree en las brujas y que, por ende, tiene el deber de ajusticiarlas y volverlas al camino de la virtud, pero ya sabemos todos lo que eso en realidad significa. Aquí, en definitiva, los chivos expiatorios son las mujeres, el fin social es hacer justicia divina (la iglesia actuar como ordenador social) y la causa motora: el MIEDO, entregándole al pueblo (a las masas) el poder de juzgar a quienes incluso por conveniencia consideraran brujas. Así se obtiene el control, la separación total de todo pensamiento crítico a través del miedo, convirtiendo a las masas en sus seguidores y a la vez, eliminando personas que incomodan al poder hegemónico ya que paragógicamente el poder, tampoco está libre del miedo.
Tuvieron que pasar casi 400 años hasta que Jules Michelet (1798-1874) en su Francia natal de 1861, deja su labor de historiador, para escribir el libro “La Bruja, un estudio de las supersticiones medievales”, un ensayo histórico sobre la mujer en el Edad Media y el rol femenino hasta el siglo XVIII. No solo es un recorrido histórico sobre la brujería y las brujas, sobre mitología y culturas, sino también una reivindicación de miles de asesinatos y aberraciones cometidas por la iglesia y el poder, cuyas víctimas fueron hombres y mujeres en su mayoría anónimos, pero también figuras tan trascendentes como la mismísima Juana de Arco, y el insondable y mágico Giordano Bruno, que no se salvaron de la ira de sus acusadores ni de las llamas.
“Hegemonía cultural” es uno de los términos más destacados de la obra del ideólogo marxista Antonio Gramsci (1891-1937), un tratado inteligentísimo que rezuma reflexión y conocimiento de la naturaleza humana. Una revisión del marxismo escrito desde la derrota, desde la caída del partido y de su poder en Rusia y en Europa. Estando en la cárcel y bajo una fuerte censura, escribió sus “Cuadernos de la cárcel” en un cuidado lenguaje figurativo, una “nueva lengua” para que los censores de Mussolini pudieran pasar por alto sus escritos. Básicamente Gramsci enmarcó las nuevas tácticas para que el partido pueda retomar el poder y conservarlo (tal vez imitando a Maquiavelo del que era un ferviente lector) es decir, perpetuar la revolución para que la hegemonía (término utilizado anteriormente por Lenin) cambiara de manos en su Italia natal. Como buen marxista y cofundador del partido comunista en Italia, su ideal era que el pueblo –el proletariado– debía poseer el poder y las riquezas y no la burguesía, pero ¿cómo se consigue este ideal? Si bien es cierto este es un debate interesantísimo pero que no va a lugar en estas líneas, pero lo que sí me interesa destacar que, de la mente de Gramsci, surge esta especie de “canon”, esta especie de “receta ideológica” que induce a las personas a creer en un mundo feliz, sin miedos, sin pensar, y sobre todo, sin libertad.
Desconozco si Orwell se hizo de los cuadernos de Gramsci antes de escribir su novela “1984” o si todo este mundo llámese distopia o llámese “advertencia” solo fue fruto de su vivencia en España bajo el franquismo, pero los tópicos tratados en la novela como por ejemplo: necesidad de un enemigo externo, demonización de los ricos y de la riqueza, borreguismo social, control de los medios de comunicación, manipulación de la historia y su reescritura, neolenguaje y hegemonía cultural, hipervigilancia social, represión sexual, destrucción de la unidad familiar, des-empoderamiento ciudadano, todos convergen en un mismo punto: el Miedo. Miedo a morir, miedo a perder cualquier privilegio por mínimo que sea, miedo a la censura social, miedo a fallarle al gran hermano (líder supremo en la novela), y el peor de todos; miedo a ser uno mismo.
Sin duda alguna, una sociedad del miedo impide que un ciudadano sea, en definitiva, un ciudadano. El contrato social adquirido tácitamente desde la modernidad que implica derechos y deberes es el marco para que una persona viva y se desarrolle. Pero sin Libertad es imposible realizar cualquier acuerdo, compromiso, incluso de tener sueños o aspiraciones.
¿Qué tan lejos podríamos estar de una sociedad del miedo? Para nuestra desgracia, la realidad muchas veces sobre pasa la ficción. El siglo XX, las dos grandes guerras cambiaron todo el panorama, en realidad las guerras –invento de las hegemonías– han sido y son parte de toda nuestra historia. Y como advierte Arendt, lamentablemente los regímenes totalitarios como los descritos en la obra de Orwell, pueden estar a la vuelta de la esquina.
Bibliografía
http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2070-81572011000100006
Autora del Artículo
Blanca Carrasco Valencia.
Diplomada en Historia del Arte UAI
Actualmente cursando Pensamiento y culturas asiáticas de la PUC.
Creadora de Kimono Garden SpA y miembro de Letras Laicas.