Editorial 72

En un programa de la estación de radio RTL del 30 de septiembre 2023 (entrevista de Nathalie Renoux), Boris Cyrulnik declaraba, con la sabiduría de sus 85 años, «observamos ese sorprendente problema de los jóvenes que empiezan a temer la felicidad. La modernidad no es un factor de protección, vamos demasiado rápido y estamos demasiado solos”. Recordando «una época en la cual la gente no temía la felicidad”, llega a la conclusión que lo que nos da miedo es la idea que tenemos de las cosas, mucho más que la percepción que tenemos de ellas. Esto sin duda constituye materia de reflexión.

Para los animales, el miedo no es sino una manifestación de su instinto frente al peligro, y es bien legitimo porque les salva la vida. Pero la situación es muy distinta para los humanos, ya que se dejan contaminar por su imaginación sin límites. Y si el miedo puede a veces protegernos (como frente a una situación que requiere una estrategia de sobrevivencia) o estimularnos (como el pánico escénico del artista), puede transformarse en un elemento paralizante que nos prohíbe actuar y nos amilana.

¿Por qué el miedo tiene tanto poder? Porque si es una inquietud por un riesgo, peligro o daño, que fuese real o imaginario, se transforma fácilmente en aprensión de que nos suceda algo contrario a lo que deseamos. Es muy común tener miedo a la multitud (agorafobia), a la enfermedad (hipocondría), a las alturas (acrofobia), a la oscuridad (nictofobia), a los lugares cerrados (claustrofobia), por citar solamente las más corrientes. Ciertos miedos decrecen con la edad, mientras algunos afectarán a sus víctimas hasta el último día. En casos extremos, la persona no se atreverá a salir de su casa, o no emprenderá una actividad desafiante ni aceptará un trabajo nuevo para asegurarse que no fracasará. Tales situaciones llegan a veces a originar un sentimiento de culpabilidad, al mirar retrospectivamente lo que se dejó escapar o no se realizó.

De hecho, miedo y peligro no están siempre relacionados, y es muy común ver personas, niños, sobre todo, que reaccionan de manera desproporcionada a situaciones inofensivas. Y eso se puede fácilmente manipular. Por ejemplo, empiezo mi día con energía y dinamismo, llego a la entrada del metro y en la parte superior de las escaleras, me avisan que existe un “Riesgo de caída”, advertencia ilustrada con el dibujo de un usuario que resbala y se cae de manera espectacular. Sin la menor duda, termina su jornada recién iniciada en el hospital, profusamente enyesado y con contusiones múltiples. De ahí en adelante, cada entrada de metro me provocará el mismo miedo.

Por lo tanto, el miedo, con fundamento real o no, que sea consciente o no, determina tanto nuestras acciones cotidianas como nuestros planes a mediano y largo plazo: la percepción de un peligro aterrador, existente o imaginario, nos incita a huir ante él, evitarlo o combatir cualquier objeto o situación susceptible de causarlo. Algunos nunca viajarán en avión, otros no podrán subir a un ascensor, y otros no se atreverán a hablar en público Cuando esa angustia se vuelve incontrolable, se transforma en condición patológica.

Ahora bien, una vez que se entiende cómo funciona el miedo y cómo se puede provocar por agentes desproporcionados o ilusorios, es fácil comprender también que se puede transformar en herramienta de control de un individuo o un grupo sobre otro. A un nivel más amplio, se habla incluso de “política del miedo” cuando un gobierno o un grupo dirigente utiliza la angustia colectiva para adoptar las medidas que le sirven y controlar la población, reduciendo las libertades individuales. Un dicho popular indica que el miedo es un mal consejero, pero se nos olvida esta verdad cuando nos afecta. ¿Por qué consejero malo? Justamente porque nos desestabiliza. Tal como mantiene al niño despierto porque teme que lo ataque el monstruo escondido debajo de su cama, obliga al obrero explotado por su empresa o su dueño a dejar de protestar, para que no lo echen de su casa o lo despidan de su trabajo.

A partir de eso, ese fabuloso instrumento que constituye el miedo adquiere una fuerza inimaginable. Pudimos observar claramente como los canales de noticias utilizaron el Covid desde su aparición, creando una verdadera psicosis. Recordaré siempre el discurso del presidente Macron, el 16 de marzo 2020, declarando esa noche con un tono dramático “Estamos en guerra”, mientras mostraban detrás de su cara lívida las calles de Paris sin un alma viva. Por supuesto, el orden de confinamiento estricto, originalmente por dos semanas, provocó un terror tal que empezaron a organizarse técnicas para escaparse, como arrendar el perro del vecino para poder caminar dos cuadras con él.

La película 8 Rue de l’Humanité (2021) es una magnifica ilustración de esa psicosis colectiva que paralizaba la población. Pero nadie se acordaba en ese momento que, desde los orígenes de la humanidad, virus similares habían diseminado cantidades de población mucho más colosales e inspirado obras literarias inmortales (desde Edipo Rey de Sófocles hasta El amor en los tiempos del cólera de García Márquez, pasando por la fábula de La Fontaine Los animales enfermos de la peste, La máscara de la muerte roja de Edgar Allan Poe, y La peste de Albert Camus). Y cada vez, la humanidad había sobrevivido, de una manera u otra. Pero los pocos sociólogos y filósofos que se atrevieron a recordarlo en aquel momento y a expresar su opinión al respecto, fueron insultados y/o considerados como locos.

Entonces, si existe una política del miedo, y si éste último se puede usar como agente de control, ¿qué pasa cuando sale de control? Sirve para ganar elecciones de la misma manera que sirve para vender un producto en beneficio de otro y, en varias partes del mundo, se mata por opinión disidente. Los especialistas de comunicación saben cómo escamondar la información sobre una situación y redactar sus mensajes de manera a desestabilizar los seres humanos, porque cuando ésos están asustados se someten más rápidamente. Y el miedo que nos paraliza es un instrumento que utilizan los dirigentes sedientos de poder para someter y establecer tiranías o dictaduras, quizás sin evaluar entonces sus efectos desproporcionados e irreversibles. Solo recordemos a Maquiavelo, quien afirmaba en El Príncipe (1532): “El que controla el miedo de las personas se transforma en maestro de sus almas”. Una verdad que muchas veces desconocemos…

Sylvie Moulin

Autora Artículo: Sylvie Moulin

Profesora, traductora y escritora. Doctorado en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos y Master en Literatura Comparada, Universidad de Paris IV-Sorbonne. Docente por 12 años en Estados Unidos. Autora de varios libros de crónicas y cuentos.

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