Empecemos un nuevo recorrido hacia los orígenes con la etimología de la palabra desafío. Si consideramos que desafiar viene de des– y –afiar (“prometer no hacer daño”), implica inmediatamente una provocación a algún tipo de combate o de pelea, una competición, el afrontamiento con una situación difícil o adversa. Sea cual sea la circunstancia en la cual se utiliza, sus aspectos negativos abundan y logran asustar (en algunos casos, es demasiado tarde). El último desafío sería encontrarle a esa misma palabra aspectos positivos, ver en ella la referencia a una condición que estimule, que exhorte a hacer “algo” para mejorar la situación actual y la que se espera. Eso debería darnos el coraje de enfrentar algo guardando la cabeza fría, de lo contrario, ya no vale la pena. ¿Y qué pasa si nos interrogamos sobre los tiempos que se acercan, que ya podemos imaginar en parte, apoyándonos sobre la realidad actual?
Diez años atrás (noviembre 2014), José Manuel Velasco, profesor de la Universidad Nebrija, presentaba, en la revista española Ethic, los 10 desafíos a los que nos enfrentábamos entonces: La desigualdad creciente, la persistencia del desempleo, el déficit del liderazgo, el crecimiento de la competición geoestratégica, el debilitamiento de la democracia, el aumento de la contaminación en el mundo en desarrollo, la mayor frecuencia de catástrofes naturales, el avance del nacionalismo, un mayor estrés por el acceso al agua, y la creciente importancia de la salud para la economía. Un panorama bastante inquietante. A esa lista de desafíos preocupantes, añadía un onceavo: El sentimiento antinmigración. ¿Y en 10 años, en cual de esos sectores se ha podido constatar una mejora? Ninguno. Incluso, diría que se han observado empeoramientos sustanciales. Velasco concluía su artículo asegurando: “Harán falta mucho liderazgo y muchos lideres para afrontar los diez desafíos más uno que plantea la Agenda Global. Un nuevo liderazgo que no tenga raíces financieras, sino éticas”. (https://ethic.es/2014/11/los-10-grandes-desafios-a-los-que-se-enfrenta-el-mundo)
Recién hice una exposición en la Corporación Educacional Masónica de Osorno sobre los nuevos desafíos para un mundo sostenible, frente a un público de jóvenes de enseñanza media. La presentación se iniciaba con un análisis de la expresión “Desarrollo sostenible”, que apareció a fines de los 80s en reacción a los problemas sociales y ambientales del planeta. Todos sabemos que la globalización aumentó la brecha entre los países pobres y ricos, y mientras se anuncia una población de 9.000 millones de habitantes en 2050, la preocupación por el acceso al agua potable, la atención sanitaria y la educación, así como la biodiversidad y el cambio climático, aumenta regularmente. La inquietud mayor consiste en asegurar un desarrollo que logre satisfacer las necesidades actuales de las personas, sin por ello comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas.
Por esta razón es tan interesante la propuesta 2030 de la UNESCO, por su amplitud y su transversalidad que le permite incluir, en sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, metas que tocan sectores que, hasta las últimas décadas, casi no se mencionaban. El último objetivo, el 17 (Alianzas para lograr los objetivos), constituye a mi parecer la base de todo, porque sin esas alianzas entre los individuos, los grupos humanos y los países, no se podrá establecer nada durable ni sólido.
Los desafíos a veces se repiten sin que nos demos cuenta. En la primavera del 68, los manifestantes gritaban “Todos somos judíos alemanes”, y después del atentado del 7 de enero de 2015 en Paris contra la revista satírica Charlie Hebdo, el eslogan era “Todos somos Charlie”, pero en ambos casos, esas hermosas frases salieron en tiempo de crisis y quedaron a nivel de eslóganes. Mientras tanto, en ciertos países de África y del Medio Oriente se sigue practicando la mutilación genital femenina, la lapidación de las mujeres por adulterio sigue perteneciendo a la legislación de algunos países islámicos, y esos mismos países condenan, a veces con pena de muerte, la homosexualidad.
No todos reaccionan de la misma manera a esos desafíos. Entonces, por una parte, tenemos el grupo de los que simplemente no se preocupan, aunque estén enterados de las consecuencias de los problemas actuales; por otra parte, el grupo de los que saben lo que pasa y buscan desesperadamente una manera de actuar, aunque a veces les de rabia su impotencia; y entre los dos, el grupo, lamentablemente muy amplio, de los que “no tienen idea” y, como dice la expresión, barren sólo para su casa, porque es una posición más cómoda. Esos “desconectados” ni siquiera saben que los países de más crecimiento económico son los que más contaminan y a veces los que mayor nivel de pobreza tienen, es decir que el crecimiento económico va muy a menudo en contra de la justicia social.Paréntesis: ¡en griego, la palabra que se usaba para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos sino solamente de sus propios intereses es ιδιωτης (idiotes), que dio la palabra “idiota”!
Un par de semanas atrás, asistí a la final del Concurso Internacional de Oratoria en Francés organizado por el Instituto Francés y varias embajadas de países francófonos. El ganador recibía un pasaje de avión a Paris. Este año, el tema era: “Crear en francés, ¿reinventar el mundo?” Y me impactó la capacidad de esos jóvenes finalistas para manejar argumentos sobre el uso de la creatividad en una época en la cual se impone poco a poco la inteligencia artificial y se perciben cada vez más los peligros del individualismo y del egocentrismo. Cada discurso, de alguna u otra manera, estaba relacionado con el tema de este número, porque en cada uno se percibía un concepto muy claro del joven laico de nuestro tiempo y el rol que iba a desempeñar frente a los desafíos de nuestro tiempo.
Arthur Adamov, corrigiendo a Camus, concluía que “la vida no es absurda, solo es difícil, muy difícil”. De cierta manera, eso implica que, a pesar de la amplitud y de la complejidad de los desafíos que nos esperan, no debemos subestimar la colaboración que podemos aportar. Porque formamos parte de un proyecto global, y si un grano de arena parece no tener importancia en una playa, la playa no podría existir sin cada grano de arena.

Autora Artículo: Sylvie Moulin
Profesora, traductora y escritora. Doctorado en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos y Master en Literatura Comparada, Universidad de Paris IV-Sorbonne. Docente por 12 años en Estados Unidos. Autora de varios libros de crónicas y cuentos.