Amplio desafío que el tema de reflexión que elegimos para iniciar este año, porque “ética” es uno de los términos más utilizados y más desperdiciados de nuestro lenguaje actual.
Es interesante observar cómo hoy día se habla mucho más de la falta de ética, en distintos contextos y con respecto a temas a veces muy alejados, que de su presencia o manifestación. ¿Abuso del lenguaje? No lo creo. Quizás solo es más fácil definir la ética por su ausencia. A menudo nos encontramos frente a “faltas de ética”, en la vida cotidiana o al nivel internacional, desde una violación de confidencialidad o un asunto de discriminación que presenciamos, hasta los casos de fraude, corrupción y abuso de poder que avergüenzan a diario periódicos y noticieros, pasando por el plagio que, como docentes, muchos de nosotros advierten en trabajos estudiantiles a pesar de que exponga a consecuencias académicas graves. Pero mientras esas faltas de ética abundan, es poco común que se mencionen ejemplos de conducta ética, tanto en los contextos políticos y sociales como en los sectores académicos o empresariales.
La ética es estrechamente relacionada con la democracia: descansan en los mismos valores (justicia, honestidad, lealtad, igualdad, etc.), que una sociedad no-democrática desconsidera, requieren la transparencia a todos los niveles y la rendición de cuenta de las instituciones, promueven la tolerancia, la apertura de mente y el respeto mutuo y garantizan la prevención de abusos de poder. Es obvio que observamos regularmente situaciones y eventos en los cuales los gobernantes salen de control y los conceptos democráticos se pierden de vista, aún en países en los cuales es uno de los pilares del sistema político. Me imagino que pueden leer mi mente…
Por lo tanto, la ética es indisociable de la laicidad, o, mejor dicho, se complementan, ya que crean un contexto en el cual la razón y las normas compartidas por todos establecen la toma de decisiones, las medidas inclusivas, la moralidad, la convivencia en pleno respeto de la diversidad, etc. Sin embargo, en el contexto docente, que mencionaba recién, se cuestiona cada vez más, sobre todo en las instituciones laicas, que descansan en valores imprescindibles. El ambiente de cualquier lugar de enseñanza, desde el preescolar hasta la universidad, debe ser inclusivo para todos, respetar la seguridad de los integrantes y ofrecer confianza. En cuanto al docente, le corresponde dejar sus propias opiniones y creencias afuera para transmitir conocimientos a todos protegiendo las convicciones de sus alumnos y sus vidas privadas, de manera a ser un modelo para los que tiene frente a él. ¿Es siempre posible respetar eso principios? No. ¿Por qué? Porque la conducta ética debe ser mutua. Si se ejerce presión de los alumnos y sus familias para imponer que lleven signos de pertenencia a un grupo religioso en escuelas laicas, conduciendo a conflictos que terminan a veces trágicamente, el respeto de valores no es recíproco, y se pierden los mismos conceptos de democracia.
Quizás no sería mala idea volver a enseñar lo que es la ética desde los primeros años de colegio, sin irse por las ramas, sino exponiendo criterios claros y dando ejemplos concretos, tanto de ética como de falta de ética. Tanto el docente como el discípulo deben demostrar abierta de mente, neutralidad, respecto mutuo y expresión del sentido crítico, y no imponer convicciones y creencias. La idea es desarrollar un espacio de diálogo y argumentar para defender opiniones, aunque fueran opuestas, sin llegar a la violencia. No es necesario volver a los cursos de filosofía del 4° medio ni sacar a Aristote y Kant de las bibliotecas para preguntarse en que consiste una acción justa, o como distinguimos el bien del mal, o si debemos privilegiar la razón o los sentimientos – con todos los dibujos humorísticos oponiendo un cerebro y un corazón que flotan en las redes. Pero, de todas maneras, la realidad actual nos demuestra que varios gobernantes estaban resfriados y faltaron al colegio cuando se dictaron esas clases, o tienen tan mala memoria que las olvidaron… Creo que con este número que inicia el año, tocamos uno de los temas más sensibles del mundo actual, que resume varias situaciones y varios enfrentamientos que amenazan con estallar en cualquier momento. Un poco como esa bomba de la Segunda Guerra Mundial que encontraron en Paris hace poco y lograron desactivar sin que explote. Pero esta vez, en los conflictos actuales que entreveran el planeta, ¿se logrará desactivar la bomba a tiempo?
Sylvie Moulin