La Ciencia contaminada por las creencias numéricas
Redacción Iniciativa Laicista
El diario francés Libération publicó ayer una columna del filósofo Eric Guichard, maestro de conferencias en la Escuela Nacional Superior de Ciencias de la Información y Bibliotecas, establecimiento público de administración francés. En su análisis el autor se refiere a cómo el “determinismo de la innovación, que profetiza la transformación de la sociedad mediante ‘nuevas tecnologías’, se ha ido inmiscuyendo en numerosos discursos, incluso en la investigación científica, esencialmente racional, que no ha sido una excepción. Y nos advierte el autor: “La técnica no es neutral, está plagada de valores morales”.
Como premisa se nos hace presente que nuestra circulación digital está orientada: cómo muchos algoritmos «recomiendan» búsquedas, compras, amigos, crean “tendencias”. ¿Estos algoritmos tienen poder? Evidentemente no. Un algoritmo no es más que una producción humana, configurada para atender necesidades a veces precisas, y otras veces ni siquiera eso. El algoritmo no amenaza a nadie, y la tecnología en ningún caso puede ser juzgada, quedando toda la responsabilidad en aquellos que la desarrollan o la modifican con motivaciones retorcidas (aumento de riqueza o poder a expensas de otros, difusión de ideologías, terrorismo, etc.). Evidentemente se podrá juzgar a las personas que deciden tales inserciones en las películas para niños de 2 años.
Guichard nos recuerda cómo, en el siglo XIX, cuando se prohibió el trabajo infantil, se procedió a ajustar las máquinas textiles estadounidenses exclusivamente al tamaño de los adultos, para consternación de los industriales que pensaban que la competencia extranjera los destruiría. Se pregunta a partir de esto: ¿Qué valores estructuran lo digital? De partida son capitalistas, bajo el disfraz del liberalismo: mientras que un país (los EE UU) fue el origen de los usos masivos de Internet, hoy solo las nuevas empresas, por definición privadas, tienen derecho de ciudad para desarrollarlo (semejante al sello de origen, N de la R).
La técnica ya no es algo ajeno a nosotros. Nuestras experiencias cotidianas dan cuenta que nos movemos en bicicletas, que nuestros cuerpos requieren a menudo de prótesis, desde el par de anteojos que nos permiten ver mejor hasta los empastes dentales, muchos de nosotros no sobreviviríamos sin medicación diaria, y ¿con qué escribimos?… con computadoras, las que funcionan con electricidad ¿Podemos imaginarnos mayor dependencia?
Para decirlo de otra manera, muchas técnicas, especialmente una vez que son socializadas, no son objetivables. Tenemos problemas para discriminar lo que separa al ser humano (el sujeto) de sus técnicas (¿los objetos?), y sabemos que nuestras representaciones del mundo están matizadas por estos dispositivos que nos han ayudado a comprender que el Sol no da vueltas alrededor de la tierra, que los microbios existen, que la materia o la realidad tienen dimensiones virtuales: más allá de su función utilitaria, la tecnología construye sentido y cultura, y nuestras categorías de aprehensión del mundo ya no tienen relación con las de un Aristóteles. Este hibridismo técnico humano siempre ha existido, es constitutivo de nuestra humanidad.
Sigue habiendo discursos sobre la técnica. El más común es el determinismo técnico, que asume que la tecnología transforma a la sociedad. Esta teoría tiene un hermano pequeño, el determinismo de la innovación, que establece que ahora son las «nuevas tecnologías» las que están transformando nuestras sociedades. Esta teoría es tan falsa como la anterior, y se ha demostrado que solo tiene una función política: frenar las demandas sociales, invitando a los pobres y excluidos a esperar mejores días, una vez que estas nuevas tecnologías estén en condiciones de darnos felicidad, riqueza, democracia y conocimiento. La historia comienza a principios del siglo XX. Con Internet, estos discursos renacen, mientras que el desempleo, el analfabetismo (especialmente el digital), el terrorismo, las guerras y sus miles de refugiados van en aumento. Dicen, a veces de manera explícita, que si no tomamos este tren de progreso, los chinos subirán, nos explotarán: cavamos en lo digital para dominar a los demás antes de que ocurra lo contrario. Estamos lejos de las utopías fraternales y democráticas.