Sylvie Moulin
Hace un poco más de una semana que los americanos eligieron su nuevo presidente, y para muchos de nosotros, lo más duro de aceptar no fue tanto la victoria de Donald Trump como su triunfo enorme. Porque por mucho que la haya deseado, la victoria de Kamala Harris no me parecía asegurada. Sin embargo, pensaba que se iba a jugar por unos 40.000 votos y que el escrutinio iba a durar un par de días, exigiendo quizás recuentos en los estados con votación más ceñida. Pero lo que no esperaba – y no soy un caso aislado en eso -, era una diferencia tan grande entre los dos candidatos y un resultado tan implacable.
Según las últimas encuestas, Harris parecía ganar sobre Trump en los votos de las mujeres (54%), de las poblaciones negra (86%), hispana y asiática, de los más jóvenes (55% de los menores de 30 años) y de la población con estudios (57%) mientras 40 años atrás la mayoría de los diplomados universitarios votaban republicano). Pero esto no fue suficiente. Tampoco fue suficiente la orientación de la campaña de Harris hacia la defensa de los derechos de la mujer, cuando Trump se enfocaba en el fin de los conflictos, que cuestan una fortuna al país, y la economía. Los ciudadanos americanos actuales se preocupan más de su trabajo y de su presupuesto cotidiano, que de un “American dream” en el que ya no tienen fe. Las razones del resultado despiadado de las elecciones de la semana pasada no son tan simples de definir y van a alimentar a los analistas por semanas y meses.
¿Qué pasó entonces? No soy una comentarista especializada en política internacional, pero tengo unas ideas al respecto. Primero, creo que le perjudicó a Kamala Harris una entrada tardía al escenario, después de que Biden haya anunciado que se retiraba de la campaña el 21 de julio pasado. Ese renuncio del actual presidente, en caída libre en los sondeos, provocó en un principio cierta euforia antes de suscitar inquietud y de hacer vacilar las posiciones de los electores.
El electorado conocía poco a Kamala Harris. De padre jamaicano y madre hindú, se formó en una familia comprometida en los derechos cívicos, lo que le sirvió en su mandato. De hecho, su experiencia de vicepresidenta tuvo dos periodos: como no pudo, inicialmente, manejar el tema de la inmigración masiva e ilegal, se concentró en los derechos de la mujer y en particular en el aborto – lo que la alejó a 180 grados de Trump y le garantizó al mismo tiempo electores y enemigos. Pero esto fue lo único que permitió a la población americana conocerla antes de su campaña contra Trump.
Además, Harris tuvo que realizar una campaña apurada (más o menos tres meses), después de ser una vicepresidenta bastante silenciosa, y heredó de la mochila de Biden. Que yo sepa, el reemplazo del candidato selecto en las primarias es un caso sin precedente en la historia de Estados Unidos. La falta de tiempo le jugó en contra, y su colecta de fondo récord no fue suficiente para garantizar el éxito de la campaña acelerada que estaba llevando.
Después de los resultados, varios comentaristas cuestionaron el apoyo de Barack Obama a Kamala Harris. ¿Le sirvió? En realidad, creo que sí. Ambos tienen bastante en común: sus historias son similares, son representantes fuertes del partido demócrata, y aunque que Harris no sea tan joven como Obama cuando fue electo presidente por primera vez, él de cierta manera le pasó la antorcha. Ese apoyo del expresidente probablemente le jugó a favor para conseguir votos de los jóvenes – y sobre todo convencerles de ir a votar, pero tampoco fue suficiente.
Yo creo que hay que enfrentar el significado profundo de esos resultados, porque además de determinar quién será el presidente de Estados Unidos por los cuatro años que vienen, representan un verdadero desastre para los demócratas que se desentendieron de sus sostenes más seguros, en particular de la clase obrera. El mapa muestra ahora una nación considerada como la más poderosa del mundo y más dividida que nunca, las dos costas contra el centro, un país cortado en dos con una sima enorme entremedio. Ese martes 5 de noviembre 2024 nos puso frente a un juicio entre la América profunda y la América de las dos costas, sentenciado por un divorcio que lleva consigo la destrucción de la sociedad laica.