Por Manuel Castells
Recuperaremos el abrazo. ¿Y después? ¿Qué es la nueva normalidad ? ¿De verdad vamos a reconstruir la vida y la economía tal como eran? ¿Con todas sus consecuencias destructivas de nuestro entorno y de nuestro interno? ¿Con ciudades congestionadas y contaminadas y pueblos abandonados en una naturaleza maltratada? ¿Con la carrera loca para sobrevivir olvidándonos de cómo vivir? ¿Volver al abrazo o al abrazo ritual? Quizá tenemos una oportunidad histórica de escoger un camino distinto a la senda de sinsentido en la que nos habíamos adentrado.
Al igual que tras la Segunda Guerra Mundial surgieron (en algunos países, no en el nuestro) nuevas formas de convivencia, una economía más productiva y más solidaria, proyectos de descolonización y de paz, y tantas otras promesas de humanidad, podríamos ahora reconstruir, sí, pero transformando las bases de nuestra existencia, en torno a nuevos valores que han ido surgiendo, sobre todo entre los jóvenes.
Saquemos lecciones de lo vivido y hagamos de la necesidad promesa. Por ejemplo, la prioridad de lo público, que no contradice al mercado, ha quedado anclada en la conciencia de la mayoría de los ciudadanos del mundo. Salud y educación universales y gratuitas son la línea de defensa para nuestra supervivencia como especie. La educación también porque de ahí saldrá la capacidad mental para producir más con menos, innovando en organización social y gestión institucional.
Cuando faltan recursos financieros hay que maximizar los recursos humanos. En múltiples ámbitos, la gestión de la pandemia nos ha permitido acelerar cambios que eran limitados por los grupos de interés. Así, la restricción de la capacidad del transporte público induce a potenciar la movilidad individualizada, como bicicletas, patinetes o senderos peatonales, mediante la multiplicación de carriles especializados.
¿Queremos revertir la espectacular reducción de la contaminación atmosférica por la caída del tráfico? ¿No podríamos acortar los plazos para la transición al automóvil eléctrico como prevención del cambio climático? ¿Queremos olvidarnos del teletrabajo como fórmula complementaria a los desplazamientos al lugar de trabajo? Imaginen la reducción del tráfico, y el ahorro de tiempo, energía, contaminación y espacio de oficinas que esto representa. Es más, para muchas empresas o trabajadores de la información se abriría la posibilidad de localizarse en los llamados territorios vaciados , disfrutando de una superior calidad de vida. Una opción atractiva pero que no es posible plantearse porque la mayoría tenemos que trabajar en las áreas metropolitanas. Pueblos hoy semiabandonados están recibiendo ofertas de compra y alquiler incluso sin esperar a que las empresas se deslocalicen. Y muchos jóvenes podrían quedarse en el lugar donde crecieron con posibilidad de educarse y trabajar a distancia.
En cuanto a los servicios, sean clínicas o bares, siempre siguen a la residencia. Claro que el teletrabajo rodeado de niños en pisos exiguos es socialmente inaceptable como norma. Pero la vivienda puede ampliarse porque es una cuestión de precio ligado a la concentración urbana. Y la deslocalización empresarial podría establecer centros de trabajo en las mismas pequeñas ciudades desde donde se podría teletrabajar en relación con los centros urbanos.
Este fenómeno es ya una tendencia en algunos países. Una tendencia que habría que aprovechar para combatir el despoblamiento y esponjar población y actividades en el conjunto del territorio. Es dudoso que el transporte aéreo de masas pueda restablecerse en su forma previa durante mucho tiempo. Y lo más probable es que en ese tiempo buena parte de las aerolíneas desaparezcan. Y aunque los gobiernos las sostengan, sera difícil que lo puedan hacer plenamente cuando tienen que reforzar la sanidad y cubrir las necesidades de múltiples sectores de actividad, sobre todo pequeñas empresas, generadoras de la mayoría del empleo.
Es la hora del tren. Pero también de la limitación de desplazamientos masivos de uno a otro lado del mundo. Lo cual no equivale al fin del turismo, actividad esencial en algunos países que habrá que sostener con determinación. Pero será un turismo mucho más diverso en el disfrute vacacional, con desestacionalización de actividades. Sin duda los viajes de ejecutivos para gestionar la economía mundial van a ser sustituidos mayoritariamente por videoconferencias. Ahorro para las empresas y mejor calidad de vida para los profesionales.
¿Y la educación? ¿Vamos por fin a aceptar que vivimos en un mundo de comunicación híbrida en que lo presencial sigue siendo esencial, sobre todo en las edades más jóvenes, pero que se puede complementar creativamente con una interacción digital con redes cada vez más veloces y de mayor capacidad en que la virtualidad real y la interacción sincrónica amplían el campo de aprendizaje y experimentación? Claro que será necesario formar en ese sentido a los enseñantes (los alumnos ya saben o aprenden rápido) y potenciar la infraestructura digital de los centros educativos. Pero así fue cuando hubo que producir millones de libros de texto para expandir la educación más allá de las élites que la recibían.
Habrá que plantearse si queremos reproducir un pasado que quedó maltrecho o innovar hacia un futuro que no sea nostalgia resignada, sino transformación hacia una nueva etapa de la experiencia humana.
Publicado en LA VANGUARDIA 23 de mayo de 2020