Por Rubén Farías Chacón.-
La idea de futuro en nuestra forma de pensar, es una constante referida a todas aquellas situaciones que, pese a la secuencia de los cambios del presente, seguirán prevaleciendo como continuidad de los hechos, pero sin la certeza de las nuevas características que, por cierto, tendrán en el tiempo que viene.
A través de los siglos, cada generación ha enfrentado su futuro de acuerdo con y en las condiciones que en sus respectivos presentes tuvieron, constituyéndose como períodos de superiores niveles de vida respecto del anterior, pero que, inevitablemente, al término de su vigencia ceden su lugar a una nueva generación.
En la actualidad el hecho no es distinto. La instantaneidad de todo acto de vida y su existencia, genera razonables períodos de aplicaciones y cuya posterior obsolescencia determina su gradual desaparecimiento, — lo de hoy es superior a lo de ayer, pero lo de mañana será superior a lo de hoy—. De este modo, siempre la circunstancia de presente, cuando su vigencia expira y adquiriere su posición de pasado, lo hace después de la experiencia que resulta de un razonable, aunque variable espacio de tiempo, el cual, una vez superado, es ocupado de inmediato por la “llegada” de un nuevo acontecer.
Hechos provenientes de un futuro que siempre se han demostrado como una permanente realidad, presagian inevitables cambios derivados de los procesos de desarrollo científicos y tecnológicos. Muchos de ellos ya existen y día a día llegan a nuestro presente con inusitada rapidez y un relativo desconocimiento de las consecuencias que todo ello puede significar en los actuales estilos de vidas de los pueblos. El progreso, respaldado por lo que hasta hoy constituye una de las expresiones de mayor relevancia: la ciencia y la tecnología, han permitido actualizar insospechadas situaciones de vida, en todas las áreas del conocimiento que han recibido sus aportes. Puede ocurrir también la aparición de situaciones desconocidas, no programadas con antelación o impensadas que aún no han sucedido pero que sus posibilidades de existir con seguridad y prontamente se harán presente.
Es por ello que ante una diferente e inevitable nueva época, ésta debiera ser entendida a través de una diferente mentalidad que simbolice, a partir de un nuevo referente explicativo e interpretativo, los nuevos sucesos que ocurran como parte del tiempo que se avecina. En dicho acto, el bien social no debe subestimarse dado que los impactos del cambio que llegue afectarán —lo queramos o no— la continuidad valórica que de alguna u otra forma ha influido en los enfoques tradicionales de la vida de las sociedades.
Este desafío significa proyectar una idea de libertad de pensamiento y de conciencia en la diversidad de realidades socioculturales que ya existen. También debe comprendérsele de acuerdo a lo diferente que ello será: una verdadera comunidad social de relaciones concebida en los nuevos estilos de vida y comportamientos humanos que ocurrirán.
Para obtener resultados interesantes en esto, es recomendable buscar siempre el equilibrio en la diversidad por cuanto un potencial individual es tan válido como la posibilidad que tiene el poder de la comunidad consciente de su realidad. Lo importante es regular todo proceso de desarrollo que contribuya al bienestar social y no a la provocación de malestares y obstrucciones que sólo conducen al caos y la incertidumbre. De ahí entonces la trascendencia del desafío indicado que, a partir de la realidad del presente que se vive, siente las bases para comprender el reto de lo que viene.
El mañana se le percibe a partir de la ocurrencia de todo hecho —natural o cultural— y en su doble condición de existir y desaparecer, pero en que lo esencial perdurará. En el primer caso, son las necesidades básicas de carácter biológicas que son recurrentes y, en el segundo, todo lo relacionado con la obra humana, sus transformaciones y trascendencia.
En atención a lo expresado, el primer instante que se vive para afrontar un devenir desconocido —y aunque sea reiterativo— es comprender el sentido del tiempo que se inicia. Es el caso, por ejemplo, del cambio de una experiencia ya pasada a partir del pensamiento analógico a una distinta de carácter digital. Los protagonistas que intervienen en el proceso, lo harán desde los usos y costumbres conocidos hasta una visión ética de un presente más tecnologizado que provoca una diferente forma de “ver” la vida.
Si es lo primero —usos y costumbres— supone la necesidad de entender la referencia histórica a través de las ideas que simbólicamente representan como características de la evolución y el desarrollo de la vida. Si es lo segundo, —lo ético y su influencia— esto ya es diferente, debido a que, desde un comienzo el estudio de los principios y valores constituye una motivación para responder a los retos de la vida teniendo las referencias indicadas, pero en función de las épocas que a cada cual le corresponde vivir y no de acuerdo con prácticas culturales ya inexistentes. No obstante, la comprensión del pasado, de todos modos, aporta valiosos saberes que debiera fortalecer el objetivo de persistir en ser una persona que busca respuestas a las incógnitas del futuro que cotidianamente surgen.
Pero no basta sólo con reconocer lo expresado. Existen muchas otras situaciones que también deben ser consideradas para responder acerca de la importancia que significa pensar en el futuro, la visión de mundo que advendrá y sus desafíos. Una de ellas se refiere a la necesidad de recuperar el sentido del acto de la disciplina intelectual. Ello implica, por una parte, lo referido a la enseñanza, manifestada como la permanente motivación del pensar y expresada a través de una metodología apropiada para el propósito que en su debida oportunidad se defina: investigar, comprender, contextualizar, etc. Por otra parte, tiene que ver con el aprendizaje, como expresión de los cambios personales de conductas, sean éstos transitorios y/o permanentes y que permite entender los efectos de toda experiencia a través de cuyos logros se llega a cumplir adecuadamente con el propósito formativo deseable.
Ambas ideas presentan una exigencia básica mínima: saber aprender y saber enseñar. En ambos casos, sus prácticas simbolizan el valor que permite obtener interesantes respuestas a los enigmas de sí mismo, de la evolución humana y su origen. En este sentido, los conocimientos de los que todos somos portadores, han sido muy consistentes desde los inicios de los tiempos, pero también han sentido los efectos de los cambios producidos a través de su transcurso. Al llegar al presente, sin embargo, se verifica una lenta e ineludible disminución de su importancia como consecuencia del progresivo avance de la ciencia y la tecnología. De este modo, el sentido de lo intelectual, en cuanto al “pensamiento lógico y la razón, pero también con el estudio, la reflexión y el entendimiento”[1] corren el riesgo de que su valor no sea considerado en plenitud al legitimarse la tecnología como el recurso del futuro de solución de problemas y al ser humano como un problema menor.
El progreso debe representar a toda iniciativa que proyecte el saber portando las ideas de solución a los problemas globales y específicos que la sociedad requiera. No hacerlo significa, en cambio, ser indiferente por el futuro e incapaz para demostrarse como alguien importante para el grupo. Ser uno más de entre sus iguales es básico, pero ser el mejor, es fundamental.
Toda nueva acción humana debe considerar el inevitable y dinámico avance de los nuevos saberes y su directa influencia en la sociedad. Es una condición obligada. Ella surge del interés creativo individual y/o grupal materializándose como una necesidad propia del progreso social. Este argumento se legitima al constatarse un futuro que, creámoslo o no, impondrá progresivamente nuevos cambios, acciones más decididas, de mayor relevancia y cuyo ingreso al tiempo actual se espera que simbolice el espíritu republicano y libertario de todo pueblo anhelante de transformaciones en su visión de los tiempos que se avecinan.
Ahora bien, es interesante, además, recordar las diferencias que existen, por una parte, prepararse para el futuro, es decir, ser consciente de la necesidad de iniciar actividades que, en su debida oportunidad, fortalezcan las potencialidades personales permitiéndoles a cada cual, contar con los estudios y la disposición necesaria para afrontar lo nuevo. Para ello, debiera contarse con un interesante grado de compromiso expresado en la voluntad individual de cambios; generar relaciones interpersonales que permitan conocer y dar a conocer las opciones reflexivas que existen acerca de la realidad que se vive; contar con serias e innovadoras políticas educativas, programas curriculares de estudios y participación de profesores que orienten los trabajos y colaboren en las cuestiones metodológicas de acuerdo con las necesidades que los proyectos indiquen, así como reconsiderando rigurosamente el rol de los profesionales de la educación en el ámbito de sus ingreso y recursos, etc.
Por otra parte, estar preparado para el futuro, supone una disposición ya preexistente de prevención ante la eventual ocurrencia de situaciones inesperadas. Tales conductas, por lo general, tienen como antecedentes anteriores, trayectorias ya vividas y saberes adquiridos pero que, pese a todo, podrían aún no ser lo suficientemente apropiados para el objetivo comentado. Esta visión no significa considerar la existencia de cambios parciales, sino de transformaciones radicales que podrían, de un modo irreversible, afectar los actuales estados de vida de las personas. Los cambios en la actualidad son rapidísimos y no responden, como antes, a procesos graduales que permitían a la generación que salía, aportar sus experiencias a la nueva generación que entraba y que se transmitían paulatinamente.
En ambos casos, es interesante prepararse —o estar preparados— ante un desconocido devenir y saber cómo puede responderse una pregunta básica: ¿podemos prevenir o anticiparnos para el tiempo que advendrá si no sabemos cuáles son sus condiciones y desafíos ni tampoco seremos integrantes de esas nuevas generaciones?
Lo anterior, o se responde en función de nuestros habituales estados de vida que en general forman parte del presente que cada cual vive, o se enfrenta el devenir que imaginativamente podría sobrevenir buscando las mejores posibilidades de adaptación a las nuevas circunstancias que suponemos las generaciones próximas deberán vivir.
Los casos que se pueden aportar como ejemplos de nuestras cotidianas actividades, también debieran provocar reflexiones en función de los tiempos venideros y no considerarlos solo como resultados de un determinado período de una obsolescencia inevitable. La necesidad de profundizar la calidad de las relaciones interpersonales asociada a las prácticas tecnológicas y del conocimiento en general, es la base de todo perfeccionamiento individual. Lo mismo ocurre respecto de los campos disciplinarios conocidos y sus relaciones con las interpretaciones valóricas propias de los Centros de Estudios frecuentados, pero sin que ello altere lo fundamental en la naturaleza de los mismos.
Lo expresado, por cierto, no excluye otras visiones de mundo pues, se estima que todas constituyen formas de ser y pensar que demuestran también sus propias capacidades de comprender los cambios. Lo importante es que, pese a la diversidad de enfoques existentes en las realidades de muchos pueblos, la diferencia sea siempre un motivo de estudio y no la causa de desencuentros si algunas de las partes intentan imponer su “verdad” por sobre los demás.
Se entiende que lo más importante es el conocer las inquietudes de toda persona a través de los análisis en profundidad que las diferentes materias significan. Esto reforzaría la participación, incrementaría las instancias de diálogo, de encuentros y permitiría conocer más plenamente la potencialidad intelectual de quienes nos rodean.
Una visión de futuro consiste, entonces, en incorporarse en las desconocidas circunstancias que advienen y ser capaces de configurar un sello intelectual propio y destacado que, a través del conocimiento, la ciencia, la tecnología y de la desconcertante visión de futuro de la naturaleza del ser humano del mañana, permita realizar los trabajos respaldados por una calidad personal reconocida y por una obra intelectual compatible con esa calidad.
Lo anterior requiere, sin embargo, un proceso educativo que ayude a imaginar las relaciones naturaleza-ser humano como una unidad que en sus diferencias buscan una complementariedad de respuestas de un tiempo aún inexistente, pero que cotidianamente se advierte la constante e inminente llegada de sus características
El propósito orientador de estas ideas, responde a la necesidad de valorar todo proceso formativo personal consciente del constante advenimiento de lo nuevo, que, obviamente, nunca será igual para todos. No obstante, una influencia bien encauzada puede orientar el quehacer individual no sólo en función de los objetivos propios de su aplicación en la actividad cotidiana, sino que, asociados en una secuencia lógica de visiones, aspiraciones y acciones pueden permitir incrementar gradualmente la calidad el perfil formativo de cada uno en particular en el contexto de la nueva realidad que le corresponda vivir.
En los futuros escenarios socio-culturales que supone la existencia de una nueva época, lo que significa la distorsión valórica que se advierte en el presente y su gradual proyección en el tiempo que adviene, surge una consulta relacionada con la necesidad de saber: ¿qué sentido tiene mantener el respeto por las personas, si el darse cuenta de las diferencias que cada cual demuestra, define su propio perfil de lo que verdaderamente es? Se puede responder que, al ser mejores en lo íntimo, la individualidad de la formación de origen, también podría serlo si existe comprensión de la propia vida y destacadas influencias en el cumplimiento de las responsabilidades externas (trabajo). Es lo que ocurre, por ejemplo, con el uso de las TICs, que debe hacerse en el marco de una alta responsabilidad ética y técnica, no olvidando nunca que sus resultados tienen que ver con personas a las que, a través de sus diferentes etapas en la vida, se les debe ayudar siempre en función del bien social y sus beneficios.
Sin embargo, lo importante de todo esto es comprender el enfoque interdisciplinario como exigencia de un contexto normativo real en que nada es como el que lo piensa o lo cree, pero lo tampoco lo es el hecho de que todos lo piensen o lo crean, pero que, en conjunto y en cualquiera de los casos, quizás, la evidencia empírica podría aproximarse a aportar una respuesta de mayor consistencia. Reflexionando, entonces, sobre esta materia y profundizando aún más en nuestras interrogantes:
- ¿Existe, en los actuales procesos de formación, la suficiente rigurosidad ética y cívica para comprender el sentido de los cambios a los que cada día enfrentamos?
- Las explicaciones que se le aportan a las jóvenes generaciones, ¿consideran las temáticas fundamentales del mundo actual y sus perspectivas de futuro en cuanto al significado que ellas tienen y su contribución en la conformación cognitiva y espiritual que adecuada y pertinentemente se requiere?
- En los tiempos que se aproximan, ¿qué idea se tendrá acerca de la felicidad humana en cuanto a estado emocional transitorio de satisfacción plena: posibilidad cierta o utopía?
Si las respuestas a estas y otras dudas surgen del recuerdo de un pasado ya inexistente, el problema persistirá. Si, por el contrario, se intenta responder en base al éxito tecnológico de un futuro que ya marca —en el presente— una ruta de desarrollo, ¿debe considerarse a la persona como una realidad psico-social separada del contexto señalado anteriormente, o es que la visión científica-tecnológica ¿podrá impactar, además, en el mundo espiritual de cada cual sin siquiera contar con las respuestas a los enigmas de esa otra realidad?
En síntesis, ¿qué grandes desafíos esperan al pequeño gran ser humano en los tiempos que se aproximan?, y ¿qué pequeños desafíos lo esperan en la grandeza del tiempo futuro?
[1] Enciclopedia Significados, https://www.significados.com › pensamiento-logico

Autor Artículo: Rubén Farías Chacón
Profesor de Estado en Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Valparaíso; Licenciado en Filosofía y Educación, UCV. Doctor en Geografía Aplicada por la Universidad de Alta Bretaña, Rennes-Francia. Miembro del equipo editorial de Iniciativa Laicista.