El otro imperio: chilenos y británicos en la revolución de independencia, 1806-1831

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Andrés Baeza

Durante los últimos años ha resurgido el interés por estudiar la independencia de Chile debido al contexto en que nos encontramos. La crisis política inaugurada en octubre de 2019 abrió varias interrogantes respecto a la conformación del Estado y la nación chilena que hoy día quedaron plasmadas en una propuesta constitucional. Esto, porque la Convención Constitucional instalada con el objetivo de elaborar dicha propuesta fue mucho más allá de su misión original. A partir de las discusiones generadas entre los convencionales surgió un ejercicio de revisionismo histórico casi sin precedentes. No se trataba tan solo de elaborar una constitución que resolviera los problemas no resueltos de la Transición a la democracia o de “los treinta años”, como a muchos gusta decir.

Para algunos sectores, se trataba de corregir los defectos de la historia de Chile, una que de pronto se comenzó a presentar como una conspiración perpetua de un sector privilegiado versus otro oprimido. En ese debate comenzaron a cuestionarse algunos elementos centrales de lo que ha sido el desarrollo institucional y político de Chile, entre ellos que desde que se consolidó la independencia, Chile ha sido “un” Estado-nación. Es decir, un Estado conformado por una sola “comunidad imaginada” – siguiendo a Benedict Anderson – con vínculos históricos comunes y una mirada hacia el futuro. Que en el seno de dicha nación existieran pueblos originarios no era problema, pues se entendía que habían sido integrados a esta gran comunidad una vez que Chile se constituyó como un Estado independiente. Sin embargo, el desarrollo del proceso constituyente ha demostrado que esa idea, tan asentada en la historiografía, hoy en día comienza a tambalear. La noción de “Plurinacionalidad”, por ejemplo, desafía la idea de que la nación chilena fue la consecuencia y no la causa de la independencia. Como argumenta Brian Hamnett, se articuló un consenso en torno a la idea de que “la nación y la identidad nacional debieron ser creados después de la Independencia”[1]. En el caso chileno, ya a fines de los 70 Mario Góngora había postulado la idea de que en Chile “la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado durante los siglos XIX y XX”; es decir, que lo que sea que entendamos por la nación fue el resultado de una construcción iniciada con posterioridad a la independencia. Por lo tanto, asumir la plurinacionalidad implica aceptar que antes de la independencia Chile ya estaba poblado por naciones – y no pueblos – indígenas, que se autopercibían como tales, a pesar de no tener un Estado.

Lo anterior indica que los estudios sobre la independencia y sobre la nación chilena o sobre las naciones que conforman lo que sea que hoy entendamos por Chile cobrarán cada vez más importancia. En nuestro caso, el año 2019 publicamos un libro sobre la independencia de Chile que de manera algo indirecta aborda el problema de la nación chilena. El libro fue publicado en Inglaterra por la editorial Liverpool University Press bajo el título Contacts, Collisions and Relationships: Britons and Chileans in the Independence era, 1806-1831[2]. El libro, fruto de mi tesis doctoral desarrollada en la Universidad de Bristol, buscaba indagar en las relaciones entre chilenos y británicos durante el proceso de independencia a partir de herramientas metodológicas de la historia cultural y transnacional.

El título en inglés resume, en parte, el enfoque adoptado. En primer lugar, asumir que la independencia de Chile e Hispanoamérica no fue únicamente el resultado de una lucha entre patriotas y realistas o entre americanos y españoles. La independencia se inserta, ante todo, en un proceso largo de luchas y rivalidades inter-imperiales que involucró a España, Francia y Gran Bretaña durante gran parte del siglo XVIII. Por eso la necesidad de incorporar al análisis el elemento “británico”, pues hacia 1808 era probablemente el imperio más poderoso en Europa y único con capacidad para rivalizar con Napoleón. No obstante, el riesgo de incorporar al elemento británico es caer en las interpretaciones simplistas que proponen que la independencia de América y Chile fue el resultado de un plan elaborado por y en Inglaterra, que propició la independencia para ampliar sus rutas y mercados comerciales y ejercer su hegemonía sobre los nuevos territorios liberados. En este sentido, se ha propuesto que nunca hubo una efectiva independencia y que en el siglo XIX tan solo se reemplazó el dominio del Imperio español por el británico. El problema de estas interpretaciones es que niegan cualquier capacidad de agencia a los protagonistas de la independencia. Su único destino parecía el sometimiento casi sin resistencia a algún imperio. Por eso, nuestra propuesta fue abordar la relación entre Chile y el Imperio británico desde otra perspectiva: las relaciones interpersonales entre agentes “estatales”; es decir, aquellos que formalmente representaban a una entidad política y “no estatales”, o aquellos que solo representaban sus intereses.

Para abordar estas relaciones utilizamos el enfoque de la historia cultural y así poder identificar cuáles eran las maneras de relacionarse entre los distintos tipos de actores. Esto explica la otra parte del título del libro (contacts, collsions and relationships). El historiador Urs Bitterli elaboró una tipología para analizar los encuentros culturales entre europeos e indígenas entre 1492 y 1800. Estos podían ser de tres tipos: contactos (encuentros de corta duración), colisiones (choques culturales o encuentros conflictivos) y relaciones (cuando el conflicto era superado y se daba paso a una relación duradera). En definitiva, no siempre preponderaba el choque o el sometimiento, sino que también podían darse relaciones de influencia recíproca o de conveniencia mutua.

En lo concreto, aplicamos esta tipología a los diversos agentes británicos que circularon en Chile durante el periodo de la independencia: comerciantes, mercenarios, diplomáticos, misioneros y educadores. Esto implicaba abordar las múltiples dimensiones involucradas en el imperialismo británico: comercio, guerra, política, religión y educación. Al analizar cada una de estas dimensiones y las interacciones entre chilenos y británicos pudimos constatar, a través de un profuso estudio de fuentes primarias, que podían darse los tres tipos de encuentros mencionados anteriormente, dependiendo de la dimensión abordada. Así, por ejemplo, fue posible constatar que ni los chilenos estaban predispuestos a someterse nuevamente a un dominio imperial, ni los británicos eran una caja de resonancia de los intereses imperialistas de su Estado. Para esto, también nos propusimos dejar de visualizar  el proceso de independencia como un continuo, o un todo encerrado en una lógica interna propia. En cambio, abordamos el proceso en el “año a año”; es decir, considerando el escenario extremadamente cambiante e impredecible en el que se estaba desarrollando la independencia.

Lo anterior nos permitió identificar, entre otros aspectos, los cambios en la manera de percibirse y de representarse mutuamente entre chilenos y británicos. Por ejemplo, hacia 1808 Gran Bretaña representaba para los españoles (incluyendo a los americanos) el imperio de la piratería y de la herejía. Hasta antes del inicio de la crisis dinástica que gatillará la formación de las Juntas de gobierno, Gran Bretaña era uno de los grandes enemigos de la Monarquía española. Los británicos invadieron y ocuparon Buenos aires durante casi un año entre 1806 y 1807 y fueron repelidos por la población de la ciudad que se levantó en armas. Esto trajo repercusiones en Chile, ya que se conoció la noticia de que desde el propio gobierno se había elaborado un plan para invadir Chile y establecer un eje comercial Valparaíso-Lima-Buenos Aires. Esto propició la elaboración de planes de defensa del reino por parte de las autoridades coloniales, lo que significa que durante más de un año los chilenos esperaban ser invadidos por los ingleses en cualquier momento. Sin embargo, todo cambió en mayo de 1808, cuando Napoleón decidió ocupar territorio español y enviar a la familia real a Bayona en Francia, lo que desencadenó la crisis política a la cual españoles peninsulares y americanos intentaron dar respuesta formando Juntas. A partir de ese momento, Gran Bretaña pasó a ser aliado de España en su lucha contra Francia. Es decir, súbitamente pasó de ser el peor enemigo al mejor aliado, lo que, por supuesto implicó un cambio en la manera de representar el rol del Imperio británico en el mundo. De ahí en adelante, los chilenos buscaron siempre su intermediación en el conflicto que se iniciaría con el rey a partir de la formación de juntas.

En términos geopolíticos, Gran Bretaña se convirtió en el árbitro mediador de los conflictos entre la Monarquía española y sus colonias, apelando a una política de “neutralidad”. A pesar de que le resultaba conveniente la independencia de América, el hecho de que se aliara con la Monarquía española en su lucha contra Napoleón hacía complejo tomar partido por los insurgentes. No obstante, se abrió un momento propicio para que comenzara a proliferar la presencia de actores “no estatales” en suelo chileno, dado que desde 1811, se abrieron en Chile las puertas para que llegaran comerciantes y consignatarios de las casas comerciales luego de la aprobación del comercio libre por parte de la Junta. En los primeros años, más de treinta casas comerciales enviaron consignatarios a Chile, entre ellos Juan Diego Barnard, quien se convertiría, a la larga, en uno de los asesores directos de O’Higgins.

El fin de las Guerras napoleónicas en 1814 y el recrudecimiento de la guerra en suelo americano, generó que miles de soldados y marinos británicos y franceses ofrecieran sus servicios a los bandos enfrentados en el conflicto. En el caso chileno, conocido es el caso de Lord Thomas Cochrane, uno de los grandes héroes de la Royal Navy durante las guerras, pero que había caído en desgracia por un escándalo financiero. Esto implicó su expulsión de su Armada y del Parlamento, del cual era Miembro representante Westminster. Cochrane fue contactado por el gobierno chileno, quien le hizo la oferta de comandar la recién creada Armada de Chile, que inicialmente era comandada por Manuel Blanco Encalada. Cochrane llegó junto a alrededor de quinientos marinos británicos y norteamericanos y fue uno de los grandes protagonistas de la guerra. Más que sus hazañas heroicas, lo que nos interesó fue estudiar las relaciones que se dieron al interior de la Armada entre los marinos británicos y chilenos. Hay que pensar que en un mismo barco convivían cientos de marinos y que tenían diferentes signos de identidad cultural. Unos hablaban inglés y otros españoles, unos eran protestantes y otros católicos, unos provenían de una cultura marítima arraigada y los otros eran campesinos. Todo esto generó grandes tensiones al interior de la Armada, pero, sobre todo, casos de abuso y de maltrato, debido a que prácticamente todos los oficiales eran británicos y hablaban solo inglés y, además, aceptaban únicamente las regulaciones navales británicas para normar su día a día. Entre otras “colisiones”, esto llevó a la decisión de que los marinos serían juzgados a partir de la legislación de su país en caso de cometer delito. ¿El resultado? Como los comandantes de los barcos eran en su mayoría británicos, terminaban imponiendo su propia normativa a toda la tripulación, lo que generó que los chilenos fuesen juzgados por la normativa impuesta por sus superiores, a pesar de desconocerla.

Lo anterior, por supuesto que generó un resentimiento dentro de un grupo de la sociedad chilena hacia los británicos, pero la tónica en otros planos fue distinta. Una vez asentado el gobierno de O’Higgins se hizo evidente que su política exterior buscaría por todos los medios el reconocimiento británico, razón por la cual envió a Antonio José de Irisarri como emisario a Londres. O’Higgins había vivido gran parte de su juventud en Londres y era un reconocido anglófilo. Esto lo llevó a ver en el modelo de organización británica, caracterizado por su estabilidad política y énfasis en el orden, un modelo ideal para organizar el nuevo Estado. De ahí que decidiera adoptar su sistema naval y su sistema educativo, además de abrir nuevamente el comercio para incentivar la llegada de comerciantes e inversionistas británicos. Pese a estos esfuerzos, el interés por parte de Gran Bretaña fue mínimo. La misión de Irisarri nunca fue bien recibida, ya que Gran Bretaña se mantuvo apegada a su política de neutralidad. Posteriormente, el gobierno británico designaría a Cristopher Nugent como primer cónsul en Chile a fines de 1823. No obstante, sus intereses eran meramente económicos, ya que su misión era proteger y facilitar las actividades de los súbditos británicos en Chile, y fue uno de los grandes responsables de que el anhelado reconocimiento se postergara hasta 1831. De todos sus informes emanaba información negativa respecto a la viabilidad de Chile como Estado independiente, resaltando su excesivo faccionalismo o “espíritu de partido” y la falta de cohesión social en el seno de su sociedad.

¿Cómo se relaciona todo lo anterior con nuestros debates sobre la nación chilena? La teoría moderna sobre la construcción de identidades nacionales es elocuente en demostrar que toda nación se construye a partir de un(os) otro(s). La construcción de una identidad nacional implica verse en un espejo, compararse, para luego elaborar una representación de sí mismo. La interacción de chilenos y británicos en el periodo estudiado implica justamente eso. En dichas interacciones se elaboraron discursos y representaciones sobre el otro. Los chilenos configuraron diversas imágenes respecto al rol de los británicos en el mundo y los británicos elaboraron sus propias imágenes de Chile y de los chilenos como un territorio con potencial estratégico para unir mercados, pero no como un mercado en sí mismo dada su escasa población. Para obtener el reconocimiento, los chilenos elaboraron sus propias representaciones de sí mismos, destacando su estabilidad y orden, así como habitar un territorio rico en recursos naturales que podían ser atractivos para el extranjero.

Todo esto tuvo repercusiones en el proceso de construcción de la nación chilena y muestra también que la nación es un concepto dinámico, que se va alimentando en el tiempo por diversos elementos culturales, y está muy lejos de ser un concepto estático. Creo que hoy en día es algo que debemos considerar, ya que estamos precisamente en un momento en que nuestra narrativa sobre la identidad nacional se está reelaborando.

Andrés Baeza

Doctor en Historia de América Latina, profesor e investigador del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.


[1] Brian Hamnett (1997). “Process and Pattern: A Re-examination of the Ibero-American Independence Movements, 1808- 1826”, Journal of Latin American Studies, 29 (2), pp. 279-328

[2] En Chile se publicó bajo el título El otro imperio. Chilenos y británicos en la revolución de independencia, 1806-1831 Santiago: RIL editores.

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